Escribir esta lista fue un tira y afloje en relación a los ejes que la suscitan, aunque el carácter negador de la consigna también influyó en la rosca. Descarté un tema tras otro, cada cosa que se me ocurría estaba dicha o se refería a otra ciudad. Pensé en cuán exhaustiva debía ser, cuán arbitraria, en calidad de qué voy a hacer una lista así. Me acordé de mi primera experiencia con el mar, tendría tres años como mucho, mamá trabajaba en el almacén enfrente de la plaza España y papá me cuidaba. Estaba jugando en la orilla cuando vino una ola y me revoleó, y volví a dar vueltas cuando se retiró, creo que fui y vine varias veces, fue un revoleo eterno hasta que alguien me alzó y me llevó de vuelta con mi papá. El mar es uno de mis recuerdos más tempranos, si no el primero, y supongo que debe ser igual para la mayoría de las personas nacidas acá, eso y el alcance de su presencia. El mar debe ser uno de los temas más trillados en relación a Mar del Plata. Entonces pensé ¿qué es propio de esta ciudad? ¿Qué hace a su unicidad? No lo sé, en principio los marplatenses, y sigo, nuestra historia, la topografía de la costa, la composición química de la bruma, la lechuga de mar. No. La verdad es que esas preguntas no importan, porque sondear en la lista de atributos para recortar aquellos que considero particulares e idiosincráticos es una búsqueda posible pero no la única. El recorte es inevitable, el sesgo se producirá de cualquier modo, por mi propia subjetividad. Y en relación a esto, cito una nota de Nicolás Hochman que se publicó por acá1, en dónde nos dice, sobre las listas, que “no hay manera de elaborar listas exhaustivas. Tampoco listas que estén exentas de gustos personales y decisiones políticas. Hay un contexto que las condiciona y también las posibilita”. En fin, vengo a decir que voy a listar los siguientes tópicos de una manera arbitraria y bastante desprovista de memoria, coherencia y erudición. Además del gusto y el criterio porque, me pregunto, ¿cualquier tema es susceptible de ser incorporado en un dispositivo literario? Quiero decir: estos ítems, que son negaciones, no necesariamente poseen un interés literario, así como no todas las negaciones son ciertas, ni todas las afirmaciones verídicas.
Entonces, ¿qué cosas no dice la literatura sobre Mar del Plata? Veamos:
- Ni un verso sobre las amenazadoras adelfas, con sus flores rosas y blancas, y sus hojas parecidas al laurel, distribuidas en casi todas las veredas de Mar del Plata. No sería algo que deba llamar la atención si no fuera porque es una de las plantas más tóxicas del mundo y sí, se entiende que la intención ha sido ornamental y no con fines trágicos, pero un poquito de negligencia puede propiciar un desastre.
- La discreción, casi diría que parece un encubrimiento, del nombre del ducto por donde salen los miles de litros de mierda que producimos a diario junto con mis vecinas y vecinos, ni hablar en verano. Estoy hablando del emisario submarino, uno de los más grandes de Latinoamérica.
- La voracidad del salitre sobre el hierro y cómo se van desintegrando nuestras cosas cotidianas, la carrocería de los automóviles, las rejas, los fierros del hormigón armado, las escaleras, los calefones, la acelga y las morcillas.
- Las cosas que nos decimos en la arena, que escribimos con la punta del dedo del pie o formamos con piedritas y caracoles. Sean mensajes personales, íntimos, o declaraciones públicas lo suficientemente extensas como para ser leídas desde los edificios; cosas que son primordialmente efímeras, escritas para que se borren o alteren cuando sube la marea.
- Sobre la paradoja del apodo “La feliz”. Hace poco me dijeron que la gente de esta ciudad es de temperamento frío, algo parca, distante. Creo que, un poco a la defensiva, contesté algo en relación al viento, la humedad, alegué un exceso de yodo y después se lo atribuí más a una impresión que a un rasgo constitutivo. Es posible que falte algo de eso en la literatura, una especie de caracterización de las y los marplatenses.
- Algunos lugares que espero no haber inventado como la escalera de Constitución y la costa (ahora truncada) y el mejor lugar que hubo y habrá para comer cornalitos, El pescadito frito, que estaba en el muelle de los pescadores.
- El oeste, la Mar del Plata fabril y febril, las tierras de más adentro a las que no llegan el salitre ni el yodo aunque sí otros flagelos como los agroquímicos.
- Pienso en la prehistoria de la ciudad pero no solo en sus criaturas extintas, como el gliptodonte2. Me pregunto qué tierras de Angola o Namibia fueron hermanas de Mar del Plata en una lejanísima Gondwana, si serán parecidas de alguna manera como un espejo borroneado, separado por el Atlántico creciente.
- La ciudad fantasma. La playa, las piletas, los chiringos y los quioscos que supuran bullicio y color en verano se transforman en un escenario gris, casi de pueblo abandonado, con el cierre del verano. Época en que prolifera el viejo oficio del buscador de metales.
- Personas reales que se nombran como aparecidos como el Jesús que deambula de túnica blanca, en patas, sea invierno o verano. O la familia misteriosa que camina a todas horas, con muchas bolsas de plástico en las manos, y parece que se teletransportan del sur al centro, de la costa a Champagnat, y así alimentan el desconcierto.
- Personas que sí contribuyen a la impresión de alegría, como Ernesto, el patinador feliz y colorido; y la maravillosa diversidad de artistas de la rambla.
Releo estas cosas y no puedo evitar reconocer un sesgo agridulce, algo nostálgico, ¿lúgubre? Juro que intenté contrarrestar un poco el resultado (el ítem 11 da cuenta de esto), no sé por qué, quizás porque cualquier cosa que decimos habla de nuestra mismidad. Bueno, se me ocurrieron cosas menos felices, por eso lo dejé así. Por momentos siento que los marplatenses hablamos de nuestra ciudad como de esos parientes problemáticos, la tía loca, a la que queremos mucho pero criticamos, alguien con quién, la mayor parte del tiempo, no nos entendemos o lo hacemos mal. Pero, como pasa con las familias cerradas, tampoco nos hace gracia que alguien más le diga loca ni trastornada a esta ciudad que nos cobija y nos azota por igual. Porque este amor se banca los sabañones, y no está hecho (solo) de hierro como para que se desmorone por el salitre. Está hecho también de todo el cliché del mundo, y de todo lo que sí dice la literatura sobre Mar del Plata: de tiburones, perlas y toros, de mojarritas también, de surfers, de muñecos del barco Olitas, de salsa Golf, de alfajores y rabas. Es un amor ecléctico y bipolar, muy a tono con el objeto amado, tiene olor a Sapolán y a Rayito de sol, late al son de “clava que te clava la sombrilla” y “las olas y el viento”, por un periodo corto de tiempo llega a ser estridente y luego se calma y se enfría para volver a enardecer, y así cada vez, sucesivamente.
Links
- https://desmadres.com.ar/25-anotaciones-en-torno-a-la-formacion-de-listas-en-la-literatura/
- De gliptodontes sí se dijo por acá: https://www.eternacadencia.com.ar/blog/filba/item/remake-de-me-acuerdo-en-clave-de-mar.html
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Emilia Vidal (Argentina). Bióloga, sommelier de cerveza, destiladora de gin y estudiante ocasional de Psicología. Postgrado en microbiología y biología molecular, autora de algunos artículos de investigación y un capítulo de libro. Fuera del ámbito científico, publicó la plaquette de poemas Algunos Absolutos Medibles y el libro La desnudez de los huesos. En narrativa, participó con relatos cortos en el espacio La Palabra Precisa y en la Antología de Narrativa Argentina de Entre Vidas. Algunos de sus textos fueron premiados y/o seleccionados como finalistas en concursos literarios.