1. En abril, la revista Granta dio a conocer su lista de los mejores narradores jóvenes en español. Las redes se llenaron de felicitaciones, pero también de una polémica que es histórica y que se puede encontrar en cualquier parte. Es difícil de sintetizar, sobre todo porque los cuestionamientos son varios, y se mezclan. Pero, básicamente, la discusión se centra en cinco puntos: I) Con qué autoridad alguien se erige en la posición de premiar a otros. II) Mediante qué criterios se establece que ciertos escritores son mejores. III) Por qué el corte para definir a los jóvenes es de treinta y cinco años. IV) Por qué la selección de autores en español (dieciocho de América Latina, seis de España, uno de África) la hace una revista inglesa, con sede en Barcelona. V) Cuáles son los mecanismos que hacen que, una vez publicado el nombre de los autores, llegue cierta consagración internacional.
2. Hay que decir que el título “Los mejores narradores jóvenes en español” puede ser impreciso y pretencioso, pero a fines de promoción es mucho mejor que “25 escritores y escritoras menores de 35 años, que escriben en español, seleccionados por un jurado que los eligió por encima de otros, considerando determinados factores que no son de dominio público”, o cualquier otro similar.
3. El problema no es que haya premios, o listas, o cánones. El problema es no estar adentro. Es decir, esperar algún tipo de reconocimiento.
4. Es lógico que el espaldarazo de otros sea importante, y beneficioso, y a veces hasta vital para poder lograr algo (ventas, prestigio, lectores, sexo, lo que sea). Pero renegar de que las decisiones, los deseos y las conveniencias del otro no sean las que a nosotros nos gustarían no conduce a nada productivo.
5. No hay manera de elaborar listas exhaustivas. Tampoco listas que estén exentas de gustos personales y decisiones políticas. Hay un contexto que las condiciona y también las posibilita.
6. Cuando alguien que pertenece a un ámbito de legitimación hace una lista, legitima a otros. A la inversa, legitimar a todos es lo mismo que no legitimar a nadie.
7. Es interesante confrontar las listas entre sí, hacer el ejercicio de ver cruces, repeticiones, ausencias, cambio de lugares. Hacer una lista de los que hacen listas.
8. Las listas no solamente están en los lugares donde se las explicita. Con otros nombres, aparecen en los catálogos de las editoriales, en la manera en la que se exponen los libros en las librerías, en las mesas que se arman en los congresos y festivales, en las invitaciones a ciclos de lectura, en las sugerencias de talleres literarios, en los programas de cátedras universitarias, en las menciones de un newsletter, en los premios, en los medios de prensa, en las redes sociales. Y en los índices de las revistas, desde luego.
9. Las listas siempre están, las veamos o no, creamos en ellas o no.
10. No importa cuál sea el resultado, hay una variable que se mantiene inalterable cuando se publican los resultados de un concurso literario, cualquiera, el que sea: muchos participantes se quejan de no estar ahí, porque sus textos son mejores que los de los ganadores.
11. Me pregunto con qué criterio podemos decir que un escritor es mejor que otro. Por qué algunos creen que sus criterios son mejores que los de otro. Qué piensa el que piensa que hay criterios universales para definir qué está bien y qué está mal. Por qué esos criterios serían los suyos.
12. Las listas no solamente posicionan: sobre todo, generan heridas narcisistas.
13. También tienen algo atractivo: simplifican. El que elabora una lista hace un descarte, selecciona por nosotros, nos evita tener que ir a leer un montón de cosas y nos dice: es por acá.
14. Es lógico que muchos especialistas, eruditos y otros integrantes que son parte activa del asunto se escandalicen por esas selecciones (las de otros). Pero para el común de los mortales, las listas habilitan opciones que antes no sabían que estaban ahí.
15. Esa configuración de constelaciones posibles es valiosa. Sobre todo, en un momento en el que la información que prolifera es tanta que se vuelve difícil elegir qué de todo es lo que queremos leer.
16. Presentarse a un concurso, a una beca, a un subsidio, a lo que sea que implique una evaluación de terceros, creyendo que lo único que importa son los méritos de la propia obra es, por lo menos, naif. Sería bueno que así fuera, pero no ocurre nunca. No puede ocurrir, porque no son instancias donde se puedan establecer juicios objetivos. El jurado que elige no es objetivo. No puede serlo porque tiene intereses, gustos, porque está concentrado leyendo y se dispersa cuando pasa una mosca o suena el timbre o llega un mensaje de WhatsApp.
17. Lo mismo pasa con el comité de lectura, o como sea que se llame ese filtro previo que a veces hacen escritores, y a veces administrativos, o parientes, o amigos, o quien dé una mano en esa instancia.
18. Ni el jurado ni el comité de lectura llegan por obra divina a la instancia de selección, sino que son designados por alguien, que, en general, no sabemos quién es, pero que suele representar los intereses (y deseos, búsquedas, gustos, etcétera) de una empresa, institución, colectivo, o simplemente de alguien más. No significa que a los evaluadores se les baje línea de qué y cómo tienen que evaluar (aunque a veces ocurre), sino que, como mínimo, hay también ahí criterios que subyacen.
19. Podemos decir lo mismo de los editores, los libreros, los periodistas, los docentes, los talleristas, los community managers, etcétera.
20. Las elecciones no son nunca obra del azar. A veces pueden ser arbitrarias, pero lo arbitrario nunca es porque sí, nunca es capricho solamente.
21. La pregunta sería quién elige a los que eligen.
22. Las responsabilidades no son las mismas cuando la lista la elabora una persona, una empresa, una ONG o una institución gubernamental. Partimos de la base de que el Estado debería garantizar una serie de mecanismos transparentes y resultados justos y equitativos, sin influencias políticas o ideológicas, por ejemplo. Y estaría bien que sea así, pero ¿cuándo, en América Latina, ocurrió algo así?
23. No da lo mismo estar en una lista o no. No da igual estar en una que en otra. Algunos prefieren pasar desapercibidos, o armar listas únicas, sumarse a otras, ser parte de una boleta sábana. Hay para todos los gustos. Lo que no hay que hacer es subestimarlas. O romantizarlas. O quedar pendientes de qué pasa por ahí.
24. Personalmente, celebro que Granta, o quien sea, les dé espacio a escritores de América Latina. También creo que de algún modo tenemos que, parafraseando a Cristina Fernández, armar un partido y ganar las elecciones. Ignoro cómo se hace, y hasta qué implicaría en este caso, pero parto del convencimiento de que un canon que viene desde tan afuera nos enfrenta a ciertos riesgos. Tampoco estoy muy seguro de que me gustaría ser integrante de ese partido porque, como Groucho Marx, creo que no pertenecería a un club que aceptara a socios como yo.
25. El problema, en todo caso, no son las listas. El problema es qué hacemos nosotros con ellas, y lo que ellas hacen con nosotros.