Martina Vidret
¿De qué depende el gusto por la lectura? En primera instancia, se me ocurren cuatro opciones: de la calidad de lo que se lee, de la enseñanza de literatura en las escuelas, de la oferta en librerías y del esfuerzo de los padres por interesar a sus hijos a que inviertan su tiempo en un libro. En un mundo como el nuestro, en donde lo digital, la crisis y padres trabajadores coexisten, a veces este placer pareciera ser un milagro o un privilegio de clase.
En el escenario en donde uno puede ir a una librería y pararse enfrente del estante de libros para niños, obnubila la variedad. Hay de todos los colores, de todos los tamaños, autores tanto latinoamericanos como extranjeros, y pareciera que hay un libro para cada infancia. Algo distinto pasa con el estante adolescente. Hay alternativas nacionales, por supuesto, como La oscuridad de los colores, de Martín Blasco, o Matilde debe morir, de Cristian Acevedo. Incluso, se sigue viendo La saga de los confines, de Liliana Bodoc, que se publicó apenas tres años después que Harry Potter, pero da la impresión de que la literatura juvenil se estancó en la idea de mundos fantásticos o distópicos, y que cuesta mucho más vender un libro que hable de lo que nos pasa sin usar magia o mitología griega.
De todo esto charlamos con Laura Leibiker (directora editorial de Kapelusz), Horacio Cavallo (escritor) y Cecilia Testa (librera de Banana Libros Infantiles).
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Prácticamente, desde que salió, Harry Potter fue un fenómeno mundial. No solo literario: están las películas, los parques de diversiones, los videojuegos, las convenciones y mucho, demasiado, merchandising. Generaciones de niños y adolescentes comparten esta lectura como “esa que leímos todos”, y se identifican unos con otros según las casas y personajes preferidos.
Dice Laura Leibiker: “No hay un lector puro, alguien que lea solamente lo que le dan en la escuela o solo lo que lo tienta en la librería. No está mal que haya ciertos puntos gordos y muchos puntitos, como estrellas pequeñas, pequeños encuentros en donde por ahí hay dos que leyeron un mismo libro y pueden comentarlo. En los intersticios hay otras lecturas: están los libros que están en las casas, que uno no se compra, pero lee igual; las recomendaciones familiares y las docentes; los libros que tenés que leer para el colegio, que muchas veces no los contás como lecturas de placer, aunque te hayan dado placer cuando los leíste”.
En estos puntos pequeños, se inscribe la amplia mayoría de la literatura latinoamericana para niños y adolescentes. En la escuela secundaria se leen pocos libros contemporáneos, como Los vecinos mueren en las novelas o Los ojos del perro siberiano. El foco está en los clásicos: Crónica de una muerte anunciada, Rosaura a las diez o Final del juego. Entonces, ¿cómo llegan los chicos a las lecturas menos comunes? ¿Basta con revolver estantes en una librería?
Horacio Cavallo opina al respecto: “La misma editorial que publica autores uruguayos trae libros de otros lados que compiten con los autores de acá. La misma que me publica a mí trae gente de afuera para competir conmigo. Por otro lado, uno piensa que mientras más hay, más puede uno elegir, y está buenísimo, pero ahí hay todo un aparato de marketing que no tienen los autores nacionales. Lleva tiempo hacerse un nombre, y depende de un montón de cosas. Los premios ayudan con eso, dan cierta visibilidad, y las publicaciones afuera. Te respetan más. Siempre es más difícil vender la literatura local. Siempre es más difícil vender la buena literatura”.
Por supuesto, no todas las librerías son las mismas. Las independientes, que se destacan por su trabajo librero, tienden a recomendar lecturas más variadas, y encontrar alternativas al canon. Este es el caso de Banana Libros, que en redes cuenta con un usuario únicamente para los libros infantiles.
Cecilia Testa me cuenta que en Banana Libros Infantiles no trabajan con editoriales grandes, sino con aquellas con las que pueden establecer relaciones de contacto estrecho: “Es algo lindo de la librería: recomendar un libro pequeño, no tan conocido, pero que tenga algo especial y que nosotras conozcamos de primera mano. Son libros que leemos, que vemos, y con suerte probamos con alguien a ver si le gusta o no”.
Tampoco todas las editoriales trabajan de la misma manera. Mientras que Santillana o Alfaguara incorporan muchos autores extranjeros a sus catálogos, Norma decide priorizar a los hispanohablantes.
Cómo se arma el catálogo es una diferencia fundamental, según explica Laura Leibiker: “A partir de Harry Potter casi todas las sagas están prediseñadas. Hay un editor pensando ‘che, tendríamos que hacer algo que tenga que ver con el fantasy, con personajes adolescentes, con animales fantásticos, con guerras interplanetarias’. Y se le encarga a un escritor. Están pensadas desde el marketing, y por eso tienen tanto impacto. Yo soy una lectora muy emocional, no tan racional. Entonces, cuando me mandan un original, si no lo puedo dejar y me hace o reír o llorar o pensar, o me provoca algún tipo de emoción, tiene mejores posibilidades de ser editado. Si me aburro, lo más probable es que no lo edite”.
Supongamos que encontramos estos libros. Que conseguimos una alternativa que llega más allá de los talones de Percy Jackson o Los juegos del hambre. ¿Qué hacemos? ¿Cómo convencemos a los chicos de que hay otras cosas además de Harry Potter o la Play?
Horacio Cavallo, que además de escritor es tallerista, tiene una estrategia para esto: “Creo que el incentivo está en tratar de saber elegir. Hay libros que funcionan bien siempre. A mí me ha funcionado muy bien usar cuentos de Gianni Rodari, por la cuestión disparatada. Andruetto también les gusta mucho. Libros que están bien hechos, con una buena historia bien contada. Siempre tiene algo de sorpresa, algo de disparate, en los que se conjugan determinadas cosas que terminan convenciendo. Después, hay un montón de cosas que debería haber: programas estatales para fomentar la lectura temprana, para fomentar la lectura por afuera de la pantalla. Debe haber chiquilines que conocen la pantalla y no los libros. El libro se comparte a destiempo. Ver una serie es algo que podés hacer en el mismo momento. En las librerías hay un vínculo con todo esto: la mayoría de las cosas son vacías, inconsistentes, no tienen peso. Eso es un problema. No hacen pensar”.
Respecto de las alternativas digitales, Laura Leibiker no se mostró muy preocupada: “Ofrecen experiencias distintas. En realidad, tiene más que ver con qué experiencia esa persona quiere atravesar. Hay un montón de deportes, pero jamás se me ocurriría hacer boxeo o alpinismo. Están ahí, yo podría, pero no se me ocurre, y hay gente que solo hace esos. Creo que la competencia entre formatos es un discurso que parece nuevo, pero es viejo: la radio iba a matar a los libros, el cine iba a matar a la radio y a los libros, y después la tele iba a matar al cine, a la radio y a los libros. Yo creo que hay algo irremplazable en el libro, y es la experiencia de lectura”.
La literatura infantil no está exenta de polémica. Con la aparición de la ESI, sobre todo, se empezó a cuestionar aquellos libros que no fueran acordes a las nuevas políticas de género y diversidad. Y surge, entonces, una pregunta clave: ¿puede aparecer cualquier cosa en un libro para niños?
Para Horacio Cavallo, “A veces asusta un poco, por una cuestión de mercado, ver tantas cosas feas, vacías, desde lo estético, desde el contenido, desde todo punto de vista. Hay niños cuyo primer libro es un libro de esos. Estamos restringiendo la posibilidad de abrirles la cabeza. Un niño puede, a partir de un libro ilustrado, entrar en un mundo. Pero también puede ser tan malo ese libro que puede restringirlo o hacerlo quedarse con la idea de que es eso y nada más. Me parece que está buenísimo que se trabajen todos los temas. El tema es cómo, y cómo lo puede hacer uno. Un día tuve este problema con Un elefante ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann. Aparece la huelga en un momento de la historia. Un chiquilín de este colegio privado escuchó la palabra huelga, fue a la casa, y la directora unos días después me dijo: ‘Che, ¿sabés que me llamaron los papás de un chiquilín porque hablaste de huelga? ¿Qué era lo que estaban leyendo?’. Y yo le dije que lo lea y se fije, que no había nada de lo que asustarse. Hay gente que se asusta por la palabra huelga, así que imaginate si hablás de la pobreza o de infancias no ideales, diferentes a las que venden las librerías de los shoppings. Está buenísimo que existan estos temas, y que los chiquilines o los jóvenes vean eso como una posibilidad, y no esa cuestión más de televisión, donde todo es maravilloso”.
Cecilia Testa acuerda con esta idea: “En literatura infantil, yo tendría cuidado con el contenido que le acerco a mi hija. No está bien leerles cualquier cosa. Los libros que tenemos en Bananita son los que creemos que está bien acercarle a un niño pequeño. No tenemos tanto de historias de familias diversas, y es algo que nos falta. Es algo relativamente nuevo, no sé si es algo que cuando yo era chica se hablaba. Creo que es algo que en la literatura infantil, y probablemente juvenil también, se está empezando a explorar”.
Laura Leibiker cree que falta mucho por recorrer, aunque es optimista: “La literatura nunca está terminada. Hay mucho todavía para hacer de lo que es enriquecimiento: lo que es la realidad aumentada, todas estas herramientas tecnológicas, relacionar el libro con otras cosas. Son límites que se empiezan a borrar, y uno no sabe qué es un libro, un dibujo animado, realidad aumentada, un video, una película… Hay mucho para hacer, pero no sabría decirte qué. El libro siempre tuvo esto de dejarte adentro, es muy difícil salir. Los recursos digitales te invitan a salir, a irte a otro lugar. El hipervínculo, la imagen, la referencia, es como si te estuviera diciendo: ‘Andate de acá y volvé después’”.
Las escaleras de Harry Potter, que se mueven a piaccere, representan bastante bien el universo de la literatura infantil y juvenil. Uno puede armar un recorrido lineal y esperar a que lleguen al siguiente piso, y pasar de ¡Socorro! a Harry Potter, a Los juegos del hambre y terminar eventualmente en El resplandor o en Las cosas que perdimos en el fuego. La escuela y los padres, en el mejor de los casos, facilitan ese escalonamiento, y hasta pueden ayudar a generar una lectura crítica. Hoy hasta las redes sociales organizan una guía de lectura, en muchos casos orientada por las tendencias de mercado. Pero nunca viene mal salirse de esos márgenes, bajarse en pisos que no conocemos, como les pasa a Harry, Ron y Hermione en la primera entrega de la saga; no necesariamente que se encuentren con un perro de tres cabezas que oculta una piedra filosofal, pero sí quizá con algo que sorprenda, guste y amplíe el horizonte de lecturas.