Martina Vidret

Robin Myers es poeta y traductora. Lo mismo se puede decir de Ezequiel Zaidenwerg. Trabajan con la voz propia, y con la voz de otros. Ambos viven, intercambiados, en países en donde no se maneja su lengua natal (ella, estadounidense, vive en México D.F.; él, argentino, en Nueva York). Y, como si todas esas coincidencias fueran pocas, son grandes amigos.

Los dos libros que salieron en Argentina bajo el nombre de Robin tienen a un costado el nombre de Ezequiel. En la publicación mexicana aparecen otros traductores, como Isabel Zapata o José Luis Rico. Y esas traducciones, que podemos llamar reescrituras, o escrituras a secas, tienen una particularidad: son los originales, ya que, por ahora, no publicó poemarios en inglés. En papel, la voz de Robin es también la voz de quienes la traducen.

¿De dónde se conocen? 

Robin Myers: Nos conocimos en 2008. Pasé un semestre viviendo y estudiando en Buenos Aires, por un programa de la universidad. Una de las clases en oferta era un taller de traducción de poesía. Yo estaba escribiendo poesía, y tenía una idea muy romántica de lo que era la traducción, como si fuera una interpretación libre de todo. Me metí a esta clase, éramos tres, y el maestro era Ezequiel Zaidenwerg. Empezamos con la tradición métrica de la poesía en la lengua castellana. Me interesaba, me parecía súper difícil. Era como una clase de Matemática, estaba un poco horrorizada. Me resistía mucho, pero poco a poco fueron sucediendo giros. 

Ezequiel Zaidenwerg: Mi idea siempre fue quitarle a la poesía esa idea un poco romántica, pero también neoliberal, de que la respiración propia de cada autora o autor es una especie de marca registrada de su identidad, una identidad cristalizada, interior. Mi manera de intentar desarmar ese mito es enseñar técnica, algo que sigo haciendo. En ese momento, me escribieron de Swarthmore College y me ofrecieron dar un taller de traducción de poesía. En ese momento no tenía demasiada noción de que el nombre Robin era un nombre unisex. Conocía a Robin Williams. Pensé que me iba a tocar una especie de payaso bonachón, tal vez bipolar; si tenía pelo en la cara iba a tener un rol dramático; o la cara afeitada, un rol cómico; y si se rapaba la cabeza iba a ser un psicópata. Hacia el final, ella vino con una carpetita azul y unos poemas, y me dijo. “Ezequiel, ¿podrías por favor leer mis poemas? Valoro mucho tu opinión poética”. Lo de opinión poética me dio ternura y a la vez cierto temor, porque me parecía una forma un poco circunspecta, por decirlo de alguna manera, de pedirme. Yo acepté, con mucho gusto. Me llevé a mi casa esa carpetita, y empecé a leer esos poemas, y me volaron la cabeza. 

Acá en Argentina tenemos Lo demás y Tener. A eso se le suma Amalgama, la versión mexicana de Lo demás. Pero en inglés a secas no existe ninguno. Son solo las ediciones bilingües. ¿Cómo fue la idea de estos poemarios? 

Robin Myers: Yo escribo todavía poesía solo en inglés. Pasé toda mi vida adulta afuera de Estados Unidos. Decidí, por muchos motivos, pasivos y deliberados, no seguir un curso que Estados Unidos es bastante común: si querés escribir, estudiás Letras Inglesas, luego te metes a un programa de creación, una Maestría de Creación Literaria, y luego buscas un trabajo dando clases dentro de otro programa de Creación Literaria. Yo estudié Letras Inglesas, pero quería estar en México. Empecé a formar una comunidad en México, y también, con el tiempo, en Argentina. Tengo mucho menos comunidad literaria en inglés y en Estados Unidos, aunque venga de ahí, aunque mi lengua sea esa. Pero ahí es importante resaltar el papel de la traducción, de los traductores, y en este caso de Ezequiel, que al estar traduciendo mis poemas, fue el que tuvo el ímpetu detrás de las publicaciones. Es un caso extraño, y para mí cada vez más bello, el hecho de que las traducciones de Ezequiel realmente sirven como el original. Si yo voy a una lectura, en México o en donde sea, y leo los poemas, mis poemas, leo la versión de Ezequiel. Me identifico con esos textos. Hay una especie de hibridación en la experiencia como poeta, que he tenido, entre mi propio trabajo y la traducción hecha por otra persona, que es principalmente Ezequiel. 

Ezequiel Zaidenwerg: El cursus honorum patético del poeta estadounidense, que implica, en términos más materiales, endeudarse fuertemente, para hacer uno de estos programas de escritura creativa, que son básicamente una oportunidad paga de networking, hace que Robin quede afuera de un sistema de circulación que finalmente es una criba en la que el dinero decide, pero no necesariamente el talento o la capacidad de afectar de las palabras que una persona junta. Vivo en Estados Unidos desde hace casi diez años, y me indigna, realmente, la manera corporativa y privatizada en la que funciona la cultura. Tenés instituciones culturales, financiadas por capitales libres, de personas a las que les sobra un montón la plata, que se derrama sobre ciertas instituciones de prestigio, que, a su vez, lavan ciertas culpas identitarias, o una ficción de cierta redistribución. Pero ese dinero queda dentro del país, y produce la ficción de que poetas crean que de verdad lo que hacen tiene un mercado. Y ese mercado es un mercado sumamente pequeño. En el resto de Latinoamérica, las personas que trabajamos en la cultura trabajamos básicamente gratis. Y eso no está bien. La industria cultural crea la ficción de que es una industria como cualquier otra, como si vendieran un bien escaso. El precio del agua, por ejemplo, tiene que ver con su escasez, pero la cultura al contrario, crece en su valor si se la comunica, si se la transmite. Sin embargo, acá hay una idea de la propiedad privada, “esto es lo que yo hice”. Las palabras no son de nadie, son de la gente, de la comunidad. Toda esa idea me parece que no tiene nada que ver con Robin. Como le digo siempre a ella: esto es una estafa larga, the long con. Creo que un talento como el de Robin es una estafa larga a la posición estadounidense. Yo creo que va a ser reconocida, y con mucha fuerza. 

Lo demás está dividido en tres partes: “Lo que hay”, “Lo que hubo”, y “Lo que haya”. ¿Por qué eligieron ese orden?

Robin Myers: Yo soy pésima para estructurar cosas. En un principio, en una versión anterior de trabajar el manuscrito, me acuerdo de que Ezequiel me ayudó mucho a definir un poco, hasta dónde iba a llegar el libro, qué iba a abarcar, cuáles poemas no. Pero todavía no tenía secciones. Durante años estuvo en el escritorio y yo viendo qué onda. Al enseñarle el manuscrito a un poeta estadounidense que se llama Bill Moore, que da clases y vive en California, un tipazo, él propuso eso, exactamente como aparece. La mayoría de los poemas están fuertemente vinculados con los lugares en donde yo estaba viviendo en el momento: México y Palestina. Esa segunda sección encapsula los poemas que tienen que ver con Palestina, que no fue solo una temporada en ese lugar, sino una relación de pareja muy importante, que terminó, y también mi primera mezcla, de tratar de armar una vida en otro lado. Un poco la estructura del libro tiene que ver con un intento de lidiar con eso, y en pensar en algo que existe en el medio, y que se perdió hasta cierto punto, y entender que me iba a seguir afectando por siempre. Algo que no se va, sino que se disuelve en nosotros como parte del cuerpo casi. Entonces, el libro tiene que ver con ese movimiento geográfico, temporal, y también con un duelo, hasta cierto punto. 

Hay dos poemas de Lo demás, “El brillo” y “Mezcolanzas”, que me parecen de un nivel de sensibilidad hermoso y me generan mucha angustia, en el mejor de los sentidos. ¿Cómo es traducir textos con un nivel de emoción tan grande?

Ezequiel Zaidenwerg: Es fácil, muy fácil. El poema te enseña solo, te dice “prestame tu instrumento técnico para decirme solo”. Robin es alguien que me hace resonar de maneras que no son las que yo tengo más naturalizadas, digamos, en mi propia programación sentimental, pero sin embargo son una potencialidad a la que yo quiero ir. Siento que salen cosas que me dejan muy sacudido. Y siento una afinidad enorme en la diferencia. Somos personas que escribimos muy distinto, y pensamos la escritura desde lugares muy distintos, y podemos encontrarnos en otros lugares distintos, que no son ninguno de esos dos puntos de origen. 

En estas ediciones bilingües se pueden ver decisiones que en una edición en un solo idioma se pierde. ¿Cómo es la elección respecto de los cortes de verso? 

Ezequiel Zaidenwerg: Lo más importante de un poema es que es un poema, con perdón por la tautología. Tiene que ver con una serie de decisiones técnicas que, entre otras cosas, hacen al sonido. Lo que hago en general es metrificar, para darle una prótesis rítmica a los poemas. Todo el libro Lo demás está traducido con métrica. Todos los cortes. Por eso los cortes no son iguales que los originales. Lo que determina el corte de verso no es solamente una cuestión del ojo, de dónde termina el verso según donde yo lo veo, sino en dónde suena el final del verso. 

Algo que aparece en Tener, que en Lo demás aparece, pero con otros nombres, es la cuestión del yo poético, el yo lírico, masculino. En Lo demás aparece bajo personajes, como Pedro el Heladero, pero acá aparece solo, sin nombre. Y en inglés esto pasa desapercibido, en tanto no hay tantas marcas de género, que en el español son necesarias. 

Robin Myers: Yo escribí Tener queriendo escribir algo totalmente distinto de Lo demás, y no sabía cómo, no sabía qué iba a hacer, y como siempre tuve curiosidad por el tema de la voz, en los personajes de la poesía. Es un recurso que se piensa mucho más en la narrativa, con la idea de un personaje, de inventar a alguien. ¿Por qué no hacerlo en la poesía también? Me interesaba esa obsesión, esa presuposición que existe en la poesía de que el yo lírico es siempre una misma. Y quería jugar con eso. Empecé de manera más intencional, hacia el principio, un poco pidiendo prestada la voz de una persona real, que conocí. Murió hace años, era un viejo israelí muy de izquierda, que había vivido como mil vidas. Trabajaba en barcos y también había sido astrónomo, politólogo, activista. Tuve la oportunidad de convivir bastante con él, y me pareció una voz fascinante, se me quedó muy grabada. Empecé pensando en él, en una persona y una voz muy distinta a la mía. Luego, se fue diluyendo eso, y al principio lo sentí como una falla mía, que estaba siendo poco consistente. A lo largo del tiempo, empecé a apostarle a eso. Había una especie de exploración del concepto de la voz, de qué quiere decir escribir con la voz propia. ¿Qué es eso? Es una cosa muy abstracta. 

Ezequiel Zaidenwerg: Efectivamente, había que tomar esa decisión. Me hubiera gustado no tener que tomarla. De hecho, varias personas que reseñaron el libro me escribieron para preguntarme si estaba bien la traducción. Robin no quería hacer explícito que esa voz de ficción estaba puesta en la ficción genérica de un varón. Estoy de acuerdo con que el teatro interno que las personas tenemos no es un teatro donde las voces que aparecen sean necesariamente voces de nuestro mismo género, o con el género con el que decidimos presentarnos al mundo, si es que tenemos la libertad y posibilidad de elegir. Me gustaría sumar la ficción unívoca que es mi voz a esta idea de que no hay una voz, y la idea de que la poesía es la expresión de una subjetividad única inalienable. Es una idea equivocada y peligrosa. 

Robin Myers: ¡Y aburrida!

Ezequiel Zaidenwerg: Sí, totalmente. Yo pienso que las voces son voces plurales, y que, si la tradición de la teoría literaria moderna se hace eco del dictum de Rimbaud, “Yo es otro”, a mí me interesa más pensar la poesía como “Yo es nosotros/es/xs”. Las personas somos lugartenientes de un magma de voces, que la cultura nos proyecta y hace que nos atraviesen. Las personas que escribimos poesía nos hacemos cargo de un montón de voces que no son la voz propia. De hecho, escribimos para tener otras voces, para ser una voz colectiva dentro de esa ficción que es la individualidad. 

Robin Myers lee, en inglés, I must have been seven, maybe eight
Ezequiel Zaidenwerg lee, en español, Habré tenido siete, tal vez ocho

Hay, además, versos que parecen consignas de escritura: “Hay cosas a las que conviene estar atentos”, “Por un tiempo intenté escribirlo todo”, “No se me ocurre nada que no empiece con una vez”. ¿Escribís con estas consignas? ¿O es casualidad?

Robin Myers: No lo había pensado. No las pienso como consignas. Sí siento que, a lo largo de Tener, una de las grandes preocupaciones del libro es qué quiere decir “llevar una vida creativa”. No necesariamente escribiendo, sino qué tipo de atención, de registro, de memoria, de práctica contemplativa es necesaria o disfrutable para crear algo. Más que indagar en la práctica de escribir, es un libro que explora la relación entre la vida, la memoria y la creatividad. Y la música, la experiencia corpórea de la música. Escribí una gran parte de Tener en una residencia artística, y había un montón de artistas visuales. Me voló la cabeza estar con tantos artistas que trabajaban de maneras que estaban totalmente fuera de lo que yo podía imaginar, y hablar con ellos sobre su práctica. Uno de ellos, que solo dibujaba, no pintaba, me dijo que “dibujar es una manera de no estar preparado”. Creo que eso se asoma en el libro también, como manera de pensar la vida misma como manera de crear sin estar preparados para hacerlo. 

Hay una cita de Pound que dice “La traducción es también una buena disciplina, si encontrás que tu materia original se tambalea cuando intentás reescribirla”. ¿Creen que la traducción ayuda a balancear eso que se tambalea en el texto original?

Ezequiel Zaidenwerg: Me nace cuestionar esa cita. Me sale señalar una oscilación del propio Pound entre una pulsión más rebelde, incluso borgiana, en relación con lo original y la autoría, y una pulsión de mandarín de la cultura muy fuerte. En la poesía de Pound aparece una tensión de saber sobre la cultura, esa que aparece en la Galleria degli Uffizi, en Florencia. Yo no tengo esa relación con la cultura. Pienso que la traducción es una buena disciplina, sin si. Todo lo que viene después me parece innecesario. 

Robin Myers: Estoy muy de acuerdo con eso último. También me quedo pensando en lo del tambalearse. Los traductores somos escritores de traducciones. Si estás traduciendo, estás escribiendo una traducción, y por qué no decirle así. Todo es una decisión a la hora de traducir. Estás frente a un texto que ya existe, y estás tratando de entender cómo está construido, y qué es. Cómo son sus efectos, cómo hacer que esos efectos sean otros, y sean vivos y cobren una vida en el segundo idioma. Todo eso es producto de una decisión. Pienso en qué distingue una palabra de otra, cuál es el registro, qué pasa si se organiza de otra manera el texto. Hay algo de la ilusión de la distancia a la hora de traducir, que a mí me ayuda mucho a pensar en el acto creativo. Es una práctica material. Traducir es una invitación a llegar como lectora, identificarse con un algo, con una cosa misteriosa que enciende una chispa a la hora de leer algo que te gusta mucho, y luego tener que entender cómo funciona. Para mí, traducir y ser traducida por Ezequiel, tener esas cosas pasando al mismo tiempo que nuestra amistad, es algo que me conmueve mucho. Él es mi amigo, y también fue mi maestro, alguien que creyó en mí. Es muy hermoso aprender de alguien y después ser colegas. Traducirnos mutuamente es un privilegio, y una gran alegría.

Robin Myers (Estados Unidos). Poeta y traductora radicada en la Ciudad de México. Dos de sus libros, traducidos al castellano por Ezequiel Zaidenwerg, han salido en Argentina: Lo demásTener. Entre sus traducciones recientes o de próxima publicación están obras de Daniel Lipara, Adalber Salas Hernández, Gabriela Cabezón Cámara, Tedi López Mills, Leonardo Teja, Cristina Rivera Garza, Mónica Ramón Ríos y Gloria Susana Esquivel.

Ezequiel Zaidenwerg (Argentina). Es poeta y traductor. Produce el podcast Orden de traslado, y publica traducciones diarias en Zaidenwerg, su página web. Publicó los libros de poemas Doxa, La lírica está muerta, publicado en el título de Lyric poetry is dead, con la traducción de Robin Myers y dibujos de Carmen Amengual; Sinsentidos comunes, ilustrado por Raquel Cané; Bichos: sonetos y comentarios, en colaboración con Mirta Rosenberg e ilustrado por Valentina Rebasa y Miguel Balaguer, y 50 estados: 13 poetas contemporáneos de Estados Unidos.

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