Martina Vidret
Una vez, hace no mucho, me pregunté si me gustaba leer. Una pregunta pandémica y efímera, que rápidamente mutó en otra: ¿qué es lo que hace que nos guste leer? ¿Es el tiempo disponible? ¿El hábito? ¿El recuerdo de nuestros padres leyéndonos a la noche? ¿Qué es lo atrayente de la lectura?
Hay una escena que conocemos todos: un niño, de pequeño, pasa horas entre los libros, y demanda el cuento de las buenas noches; de más grande, ya no lee. La rutina que se había generado antes de dormir en algún momento se pierde.
Algo que se escucha mucho en el mundo adulto es que la tecnología arrasó con la literatura en los nativos digitales. Es una posibilidad, claro, que haya perdido territorio, pero lo que hoy es el celular en algún momento fue la tele, y en otro, la plaza, y así sucesivamente. Entonces se me ocurre otra ¿hipótesis, conjetura, posibilidad?: lo que se perdió no son metros cuadrados de la literatura frente a otras posibilidades de ocio, sino que no hay incentivo suficiente para ese encuentro. Una falla, un error 404, en la transmisión generacional.
Para responder estas preguntas charlé con Micaela Chirif (escritora), Silvina Marsimian (profesora de secundaria y especialista del Congreso de Promoción de la Lectura) y Larisa Chausovsky y María Luján Picabea (coordinadoras del FILBITA).
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Un problema que encuentro, a la hora de pensar la literatura para niños o adolescentes, es dónde trazar la línea de qué es o no apropiado para alguien de tal o cual edad. ¿Qué o quién define qué temas son válidos y cuáles no? ¿Cómo se le habla a un niño del siglo XXI? ¿Es el mismo lenguaje que el de un niño del siglo XX?
Micaela Chirif lo piensa de este modo: “Hay una idea de infancia muy pasada de moda todavía, muy vinculada a lo didáctico, a la enseñanza, a la moraleja, a ciertas cosas que no se deben decir a niños o niñas, y otras que sí. Luego, hay ciertas formas de escribir que han quedado solidificadas, como si fuera una sola la forma de escribir que se repite: el diminutivo, lo bonito, que todo sea maravilloso. Un bosque en el que las mariposas vuelan y los pajaritos cantan, y hay algún personaje que le va diciendo al niño o niña cuál es el camino y qué es lo que tiene que hacer. Es terrible. Yo creo en la literatura para niños como una literatura que debe producir algo, que debe acontecer. Debe detonar algún tipo de acontecimiento en la lectura, más que relatar algo o narrar algo que ocurrió”.
En ese mismo orden, opina Larisa Chausovsky: “La discusión sobre la literatura infantil, si lleva o no adjetivo, si es una literatura menor, lleva mucho tiempo. Es una discusión que pareciera estar resuelta, pero no lo está. La infancia es un concepto que está todo el tiempo siendo revisitado. Seguimos aprendiendo. Las condiciones son distintas, y las infancias son distintas. No vamos a poder descansar nunca. Es interesante volver sobre la idea de que estamos trabajando con la cultura, con el lenguaje, con construcciones colectivas, y con que todo lo que está pensado para la infancia tiene un lugar fundacional en la vida de las personas. No creemos que haya que hablar por sobre el hombro de los chicos. La invitación es a sentarnos en ronda, en donde estamos todos en un mismo plano, y somos lectoras y lectores. Estamos trabajando en contenidos para infancias. Tenemos que ofrecerles lo mejor que podamos desde el mayor de los respetos, con la mayor calidad. Si es invitante para los chicos, va a ser invitante para los adultos, y viceversa. Creo que tiene que ver también con cómo pensamos en los demás, en los lectores y lectoras en general”.
Un organizador de lecturas, de maneras apropiadas de leer, es la escuela. Con los programas, que tienen su dimensión histórica marcada por la agenda política y educativa de distintas décadas, podemos encontrar una guía validada por la autoridad.
Silvina Marsimian se muestra muy segura con su análisis respecto de la escuela y los chicos: “La cosa fundamental pasa porque los chicos no son adultos en miniatura. No tenés que elegir un texto porque a vos te gusta, o por la riqueza en la lengua o recursos literarios que podría dar. Lo tenés que elegir según si es acorde o no al crecimiento de estos chicos, tanto en la lengua como en su vida personal. Yo hacía una encuesta lectora. Les preguntaba qué leían, dónde, cómo, si leían con otros o solos, con qué fines, los usos que tenía la lectura, y que me dijeran alguna obra con la que hubiesen enganchado y otra que no les hubiese gustado para nada. Había patrones. En lo positivo, algunos tomaban unas obras y otros, otras. Los odios generalmente venían relacionados con lecturas escolares, en relación con la evaluación, o por malos profesores, o porque era difícil o porque quizás estaba pasando algo en su vida que coincidía con esa historia y los hacía sufrir. Todo esto te enseña a vos, como docente, no solo a elegir cosas afines a eso que proponen, sino también darse cuenta de que no hay que hacer determinadas cosas”.
Cuando hablamos de incentivar, además, surge la pregunta de por qué elegimos ese foco. ¿Por qué el libro se sostiene como un objeto necesario? ¿Es una fijación histórica, una inercia, o tiene un justificativo actual?
Chirif hace la siguiente distinción: “Creo que a veces sobrevaloramos el libro, lo sacralizamos, cuando al final de cuentas el libro es un medio también, y se pueden hacer cosas buenas e interesantes con los libros, y se pueden hacer mamarrachos. A veces se dice: ‘Que los niños lean, no importa qué cosa, si entran en la lectura ya está bien’. Y sí, en algún punto está bien. Pero creo que es importante formar algún tipo de criterio en los niños. La literatura infantil es también un negocio, y un gran negocio. Está lleno de literatura muy mala. En ese caso, más vale un buen programa de televisión, una buena película, una buena conversación, un buen juguete, que un mal libro. No estoy diciendo que se censure el libro, o que haya libros que no les demos a los niños, en absoluto, que lea lo que quiera. Pero asegurémonos que la conversación esté abierta para discutir por qué un libro es distinto de otro, por qué un libro me gusta y otro no. El libro no nos exime a nosotros como adultos de formar a los niños”.
Y resalta una idea concreta: “Esta la idea de entrar en la librería y pedir ‘Un libro para que un niño aprenda a ser bueno’, ‘a ir al baño’, ‘para que ya no esté triste porque se murió su abuelita’ es muy común. No solo es asignarle al libro la función de una aspirina, sino al mismo tiempo eludir nuestra responsabilidad como adultos de formar a los niños, de formarlos críticamente, de conversar con ellos, de enfrentar con ellos los temas que sean complicados, que sean incómodos. Un libro no va a hacerlo dejar de estar triste porque se murió su abuelita. Conversa con ese niño sobre la muerte y a ver qué sale. Eso implica que los adultos responsables de niños también asumamos nuestra fragilidad, y la dificultad de pasar por procesos formativos con los niños. Son cosas que el libro no va a reemplazar”.
Como cualquier hábito, lo importante de la lectura es su repetición. La función de los padres o figuras del cuidado, en este sentido, es esencial. Leer antes de dormir, tener la posibilidad de acceder a libros o compartir historias son solo algunas de las cosas que se pueden producir en una relación con hijos.
María Luján Picabea sostiene que la niñez no es una experiencia generalizable: “Hay un padre y una madre para cada niñe, y hay un niñe para cada uno de esos padres. Es una construcción que se hace de manera conjunta. Es un aspiracional muy común querer que los hijos lean. Pero hay adultos y adultas que dejan librado a la escuela la tarea de enseñar a leer. Hay un momento en el que les niñes empiezan a leer de manera autónoma, y el adulto hace una retirada, deja de compartir. Y dejar solo a un niño o a una niña que está acostumbrado a ser parte de esta escena en la que lee con otro es también dejarlo sin una parte de la lectura, que es la parte más rica: la conversación en torno a la lectura. Hay que siempre tratar de reforzar eso, de no dejar al lector o lectora que está creciendo, a solas en ese recorrido. No a decodificar, sino entrar al mundo de la lengua escrita. No se le puede dejar a la escuela el desarrollo del hábito de lectura. Sobre todo, cuando hablamos de familias con una formación y un acceso a la cultura bastante posible”.
Y surge otra pregunta: ¿qué tiene que tener un libro para generar el incentivo por sí solo? ¿Puede un libro trabajar la lectura?
Chirif, desde su rol de escritora, propone: “En el libro álbum para mí es muy claro en el balance en el que uno trata de encontrar entre una estructura muy elemental, muy sencilla, especialmente en esas repeticiones que se producen en libros para primera infancia. Una estructura que se haga muy fácil de seguir, que no produzca mayor dificultad para pasar de un momento al otro. Al mismo tiempo, a cada momento del libro, tratar de permitir que el lector expanda la lectura, los sentidos de la lectura como le dé la gana, con la mayor libertad posible, pero siempre asentado sobre un suelo lo suficientemente firme como para que ese ejercicio de libertad no te saque, no te produzca una especie de vértigo del cual no puedes regresar. Un libro para niños, estoy pensando en primera infancia, tiene que de alguna manera reproducir una mano segura, un alguien, una respuesta para quien la necesite”.
Marsimian propone darle a la lectura otro lugar: “La literatura tiene que recuperar el lugar lúdico, placentero. Ahora bien, ahí hay un problema. ¿Todo es literatura y todo el mundo puede escribir literatura? Hay una producción muy importante de literatura hoy, que proviene de la cantidad de talleres que estimulan, incluso, en el aula. Los chicos leen mucha cosa de menos exigencia y nunca pueden subir los escalones para leer cosas más exigentes. A lo mejor, si pudieran, gozarían mucho más. No pueden ir al teatro a ver un Shakespeare si no es adaptado, porque se aburren, se duermen. No hay que adelantarse a los chicos. Hay que prepararlos, de a poco, para que vaya subiendo escalones en las estrategias lectoras, y puedan, eventualmente, hacer un plan lector diverso, que puedan leer lecturas de aeropuerto, y también esos textos que requieren lecturas detenidas, silenciosas, reflexivas, que obligan a poner ahí estrategias más aceitadas. No hay que quitarles la posibilidad a los chicos que aprendan cosas que quizás en un futuro les dan mucho más placer”.
Como si el hogar y la escuela fueran poco, la tercera alternativa que encontramos son los festivales, ferias, y otros eventos culturales. Un ejemplo es el FILBITA, el Festival de Literatura Infantil. La propuesta dura unos pocos días, y consiste en talleres, lecturas, charlas y otras actividades que trascienden lo puramente literario y establecen cruces con la música, la radio o la filosofía.
Un punto clave que señalan sus coordinadoras es el encuentro: “Desde el minuto cero, leemos con otros. En la medida que haya un otro va a haber un otro relato, y eso es detrás de lo que vamos, me parece. En tanto apelamos a un lector y una lectora en formación, gente que está creciendo, en tanto pensás en ese destinatario y esa destinataria, incluís al adulto que interactúa con ellos, en tanto facilitador y mediador. Creo que buena parte de la tarea que encaramos en cada una de las actividades es que como adultas y adultos nos pensemos mediadores y facilitadores del acceso. Del acceso a la cultura, a la literatura, a la palabra y a la voz”, dice Picabea.
Cuando pensamos en un festival o un evento, y le agregamos la palabra infantil, todavía es difícil incluir a los adultos. El “para niños” se construye como una traba a destrabar. Chausovsky lo propone de este modo: “Queremos que los adultos y adultas se puedan pensar como mediadores o facilitadores, y como lectores. Tenemos el acceso a la palabra, y hay que buscar distintas maneras de garantizarlo. El festival es una, chiquitita. El lugar de los adultos también es que se puedan reconocer como parte de la literatura infantil y juvenil. Desde ese reconocimiento van a poder mirar a chicas y chicos de otra manera. La infancia es un concepto que está todo el tiempo siendo revisitado. No vamos a poder descansar nunca“.
En definitiva, no hay una respuesta única. El enigma de por qué leer, o por qué no hacerlo, sigue en pie. Y eso, esa falta, ese vacío, es lo que permite que se sigan buscando formas para generar un encuentro con el libro. Dar por sentado que el interés va a surgir solo, o que lo va a poner la escuela, es ponerle un parche a ese agujero. Es taponarlo, olvidarse. Y ahí fallamos nosotros como adultos. Como me dijo Marsimian: “Hay que recuperar los gestos afectivos con el libro. Asociarlo a un derecho de todos, un espacio mágico. Lo importante es contagiar felicidad por los libros. Los padres tienen que contagiar felicidad, los docentes tienen que posibilitar un espacio en el que los chicos estén contentos por leer”.
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Micaela Chirif (Perú). Es poeta y escritora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños, Premio Fundación Cuatrogatos, Premio Catedra de Leitura UNESCO Rio, Premio A la orilla del viento, Medalla Colibrí y una mención de honor en el Talking Pictures Award. Tres de sus libros figuran en el catálogo White Ravens. Tiene una Licenciatura en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica del Perú y un Máster en Libros y Literatura Infantil y Juvenil por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha dictado talleres de estudio y creación para la Fundación La Fuente, la Casa de la Literatura Peruana, IBBY Chile, la Universidad Andrés Bello, el Centro Cultural de España, ALIJA, entre otros.
Silvina Marsimian (Argentina). Es profesora en Letras (UCA) y magíster y doctoranda en Análisis del Discurso (UBA). Se ha desempeñado como profesora en la carreras de grado (UCA) y posgrado (UBA), y en institutos de formación docente. Fue profesora, directora de departamento y vicerrectora del Colegio Nacional de Buenos Aires (UBA). Publicó libros sobre lectura, literatura y análisis del discurso. Dirigió manuales de lengua y colecciones de literatura para la escuela. Recibió el Primer Premio Libro de Educación, de la Fundación El Libro y Mención Académica de la UBA.
Larisa Chausovsky (Argentina). Cursó la Licenciatura en Comunicación Social en la Facultad de Ciencias de la Educación de Paraná (Entre Ríos) y tiene un Diploma Superior en Infancia, Pedagogía y Educación (FLACSO). Desde 2011 coordina el Festival Internacional de Literatura Infantil de Buenos Aires (Filbita) y el programa Filba Escuelas. Formó parte del proyecto de Promoción de la Lectura, Baúles Andariegos (Paraná), y colaboró con el Programa de lectura Invitemos a Leer, de la Sociedad Argentina de Pediatría.
María Luján Picabea (Argentina). Es Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Córdoba y Máster en Periodismo, en el marco del programa que dictan la Universidad de San Andrés y el diario Clarín. Como periodista trabajó en el campo de la literatura para la infancia entrevistando a grandes autores, ilustradores, promotores de la lectura y educadores locales y extranjeros. Fue redactora de la revista Ñ y de la sección cultural de Clarín entre 2004 y 2015. Autora de Todo lo que necesitás saber sobre literatura para la infancia y Este no es un cuento, aquí me cuento.