Martina Vidret
“¿Qué es traducir?”, se pregunta Laura Wittner en la primera página de Se vive y se traduce. El libro, a pesar de su brevedad, da una respuesta extensísima y completa de la pregunta sobre la práctica. Un poema de dos versos de Ezra Pound traducido de seis formas distintas; vacíos legales en el pasaje entre el inglés y el español (¿se entra o se sube al auto?, ¿qué hacer con seemed to appear?); corregir lo traducido como hacer un cover de un cover.
La traducción literaria resiste a la obsolescencia como práctica. En el texto de Wittner, que oscila entre ser un diario, un ensayo y un collage, el oficio se distancia de la cuestión mecánica y reemplazable por traducciones de internet, y se acerca al juego o al enigma. Los intentos de la autora por definir qué es traducir encuentran múltiples posibilidades: es hermoso, horrible, desesperante; es adivinar al otro y autoanalizarse; es repetir en voz alta; es enhebrar mostacillas ínfimas. Es discutir con otros, pensar y vivir dos o más lenguas.
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¿Cómo surgió el libro?
No surgió como libro en absoluto. Yo tomo notas sueltas, simultáneas, en el trabajo de traducción casi desde que empecé a traducir en el 98, 99. La mayoría eran notas a mano. Al principio, había escrito tres parrafitos, hace muchos años, mientras traducía una novela de Tom Clancy para Sudamericana. Se me había ocurrido cruzar cómo lo que traducía caía inserto en mi vida en ese momento. El primer párrafo se llamaba “Calor y Clancy”. Hacía mucho calor, se había cortado la luz, no sé si escribía a máquina todavía. El segundo era de Tomlinson, y el tercero no me acuerdo. De vez en cuando, tomaba otras notas sueltas en papel y, en algún momento, empecé con un cuaderno en particular. Muy de a poco se fue gestando la idea de unir todas esas notas sueltas. Todo en algún momento se hace sistema. En un momento vi que se abrió la Beca del Fondo Nacional de las Artes del subsidio a la creación, y pensé: “¿Y si me presento con esto?”. No era más que un proyecto, no tenía más que diez páginas. Para presentarme tenía que plantear qué quería hacer, y me lo planteé ahí, mientras lo escribía. Me dieron la beca, y empecé con la idea del libro. Las notas tomaron otro tinte. Después las edité y las barajé; está todo mezclado en el libro.
Conviven apuntes tuyos, conversaciones con otras personas y extractos de Facebook. ¿Lo fuiste armando de esa manera?
La parte de tomar cosas de otros apareció cuando estaba pensando en que esto podría ser un libro. Muchas cosas las puse en un blog que tenía, en el que ya no escribo, con la etiqueta “Cosas que traduzco”. Otras eran cosas que había tuiteado y, como me parecían simpáticas, las escribí en el cuaderno. Empecé a recuperar, a intentar descifrar dónde anoté cada cosa. Soy muy desprolija. Llevo un diario desde los diecinueve, tengo treinta cuadernos. Es medio freak.
Es todo un laburo de unificación.
Fue un trabajo hermoso. Es lo que a mí me gusta hacer, pero no lo hacía por trabajo o cosas domésticas. No me hacía el rato. Y una vez que empecé fue súper divertido. No está ordenado cronológicamente. Muchos párrafos los escribí hace veinte años. Y cuando lo vieron en la editorial, hice un nuevo trabajo de reordenamiento con los editores de Entropía. Hubo cambios de orden, el principio era otro. Volví a revisar apuntes de la facultad, fue todo un gran rastreo de mi pasado. Y, finalmente, corregimos, y salió.
¿Y el título? ¿De dónde viene?
Ese era el nombre del archivo desde que empecé a copiar. El motivo es totalmente ridículo: cuando cursé Gramática en la facultad, una de las oraciones que te daban para analizar sintácticamente era “Se vive y se trabaja”. Me la acordaba siempre, así como me acuerdo otras. Una amiga mía, Pabla, que cursó conmigo Letras, me escribió y me dijo: “Todo el tiempo desde que lo vi me acordé de una oración que nos dieron en Gramática”. Ella pensó que era casualidad, no que era por eso. Nunca pensé que las dos nos acordábamos de una de las miles de oraciones que nos dieron. La otra opción era “Traducir cansa”, por el libro de Pavese Trabajar cansa.
¡Es otra historización más! Hay mucho también de los nudos de la traducción, de la tensión entre lenguajes. ¿Qué hacés con ese nudo cuando arrancás a traducir un texto?
No tengo posturas fijas: se presenta el caso, se presenta el nudo. Lo observo, lo pienso y pruebo cosas. Nunca tengo una postura teórica, ni previa ni posterior. Si fuera de verdad un nudo, una soga anudada, yo pruebo, tironeo. En cada caso, veo qué se puede hacer. A veces, es mejor mantener la intención del original, y que se note. Los que traducimos estamos siempre en ese límite de riesgo, que se crea que no entendimos, y que lo que tradujimos no se entiende, que tradujimos mal. Una no está ahí para explicar por qué pongo cada cosa. Si es raro, se tiene que entender que es raro a propósito.
Pero también puede haber malas traducciones. ¿Cómo distinguís si es buena o mala?
Hay textos traducidos que los leés en castellano y disgustan. Y sospechás que no se debe al original, sino que podés no reconocer el castellano, por ejemplo. Decir que una traducción es mala sin ver el original siempre me parece un poco audaz, o incluso mala leche. No sabés. Pero hay otras que suenan feo, y cuando ya trabajaste varios años en esto surge la intuición de que hay un problema. Depende de qué se trate: en un poema puede haber problemas de musicalidad, de ritmo. Quizás el original también tiene el ritmo trabado, pero hay maneras de mostrar la anti musicalidad. Después están las cosas obvias, como poner un adjetivo antes de un sustantivo. Parece una obviedad, pero pasa todo el tiempo en las traducciones. Nosotros en castellano no lo hacemos casi nunca. Un montón de traducciones que tienen estos errores que al principio pueden desconcertar, pero al final irritan. No querés leer algo que moleste al oído o a la comprensión. Hay un montón de errores gramaticales, también con malas preposiciones, subordinadas o fallas sintácticas.
En el libro aparecen una serie de posibles traducciones de un poema de Ezra Pound. A mí siempre me sorprende la cuestión de la elección en la traducción, cómo hay tantas maneras de interpretar un mismo fragmento. ¿Cómo se elige una en ese mar de posibilidades?
Muchas veces causa ansiedad. Las opciones me abruman, voy a la heladería y no sé qué gusto pedir, siempre pido los mismos. En la traducción hay una primera cosa: el gusto y léxico personal. Cuando traducís, sos muy consciente de qué palabras usás y cuáles no. Después está lo musical, incluso en narrativa. ¿Cuáles son las palabras?, ¿cómo es la disposición? Ahí la elección es respetar al original: si es cortante y breve, si es sinuoso, si se produce una aliteración, tratar de hacer lo mismo. Me puede llevar un montón de tiempo y a veces sale directo.
Me parece que es muy diferente del imaginario colectivo respecto de la traducción.
Absolutamente. De hecho, mi tía me escribió el otro día. Es abogada. Y me dijo: “No puedo creer que después de tanto tiempo de conocerte, recién ahora pienso la traducción de esa manera. Desde la ignorancia, para mí good night era ‘buenas noches’, y listo, funcionaba todo así”. Eso piensa mucha gente, pero son las intimidades de cada oficio. Yo tampoco sé el día a día de ella. Son cosas que no sabemos. Nadie tiene por qué saberlo, de hecho. Solo recién cuando te lo ponés a hacer entendés un poco más de qué se trata, de cómo es la práctica de la traducción.
¿Tenés obsesiones o insistencias?
Siempre está el deseo de dar con la palabra más específica, especialmente, la difícil. También tengo que entender las referencias. Veo un texto y digo: “Esto debe ser un guiño a una canción vieja”. Me da miedo caer en errores sin darme cuenta. Cuando los autores están vivos, les pregunto. Cuando empecé a traducir no tenía internet. Eran todas sospechas. No sé si es una obsesión, pero me vuelvo loca si puedo encontrar una palabra con un sonido similar en el lugar justo, si la frase sube y después baja y termina filosa, y yo puedo producir ese sonido en castellano. Todo eso sin descuidar el sentido.
Es parte de la tensión entre el texto original y el traducido.
De hecho, hay un montón de textos que leí de adolescente en castellano y recién de adulta en inglés, y no se puede creer: la traducción tiene ocho líneas, el original tres, o al revés; o el original tiene métrica regular y en castellano no está ni cercano a eso. Te sentís totalmente estafada. Pero también me pasa al revés: cuando entendí lo difícil que es traducir con rima y métrica, pienso: ¿qué habrá sido de todos esos poemas que yo leí en su momento? ¿Lo habrán hecho bien? Por ejemplo, El gran Gatsby es una de mis novelas preferidas, la leí en una versión de bolsillo en español y después la leí en inglés, sin comparar. Hace unos años acepté un trabajo que implicaba corregir una traducción de Gatsby. Para hacerlo, agarré varias traducciones, entre ellas, mi primera lectura. No lo podía creer. Era muy mala. Había oraciones enteras que no estaban. Te puede pasar que te olvides o saltees una, pero esto era muy a menudo. Había palabras que eran un invento del traductor, y esa cosa española de poner “el apartamento de la acera de enfrente”, de tener algo que es muy simple en inglés y complicarlo en español. Y me fijé quién lo había traducido, y es una inicial y el apellido. ¡Ni siquiera está el nombre!
Vuelvo a esto de dar con la palabra específica. ¿Existe siempre una?
Me gustaría decirte que sí, porque soy muy feliz cuando creo que la encuentro. Pero supongo que siempre debe haber otra, no es una sola. En una novela es difícil saberlo, en un poema no. Pruebo todas las palabras, con todas sus posibilidades. Es como agarrar fichas de un rompecabezas y probar todo. Las afirmaciones definitivas no me salen, pero sí creo que existe esa palabra que en el momento de traducir te convence. Y a veces no la encontrás, y dejás el párrafo raro, incómodo. Traducir implica tomar muchas decisiones. Es fundamental saber análisis sintáctico, por ejemplo. En castellano la correspondencia entre género y número es clave. En inglés a veces no tenés esa flexión, y tenés que frenar a ver cuál es el sujeto, dónde está la concordancia. Traduciendo a Cynan Jones me pasó tener que parar a hacer el análisis sintáctico, y aun así a veces podían darse los dos sentidos. ¿Era intencional? ¿El autor quiere que se entienda de las dos maneras? Por suerte, el autor está vivo y me dijo cuál era, pero si no quizás hay que lograr que el castellano también tenga esta doble posibilidad. Cuando no tenía internet, andá a saber qué traduje. Tener al autor te permite ver opciones que a veces sin ellos no ves.
Hay una tradición de esconder al traductor, que me parece que se está empezando a romper. En el libro decís que “traducir es ir pegado a la espalda de alguien”, y me acordaba de Peter Pan y la sombra que se le despega. Se podría pensar la traducción como una sombra desprendida. En este “ir pegado”, ¿te pasó, alguna vez, que te cuestionaran el texto traducido?
¡Y si está muerto es incluso una sombra que viene de prepo! En las editoriales a veces tratan de reconstruir ese trabajo, ver si hay otra solución a algo que les hace ruido. Para preguntarte, igual, tienen que saber como mínimo bien el idioma original. Si eso sucede, suelo tener que explicar cosas muy obvias o muy largas de explicar. A veces elijo otra palabra porque está unas líneas más arriba o porque se repite un artículo o una preposición en la misma oración, y es algo que, en general, no se ve. Es reconstruir todo lo que me pasó en la cabeza mientras traducía. El cuestionamiento lleva a la reconstrucción de un trabajo de meses, en donde a veces ni yo me acuerdo cómo fue esa elección. Es muy parecido a escribir. Traducir a mí me toma muchos meses, muchas horas cada día. Es muy lento, y una vez que terminé, viene la parte de traducir, que también son varias semanas.
Otra frase que me llamó la atención es “traducir es esquivar”. ¿Esquivar a quién o a qué?
Hay frases en inglés, como seem to appear, en donde el castellano no tiene esa posibilidad de dos palabras. Sería “parecía parecer”. Te la das contra esas palabras, y tenés que aprender a esquivarlas. Es deportivo, casi. Un desafío constante. Never ever también es otro ejemplo que aparece en el libro, pero al revés: “nunca jamás”, es decir, no tiene esa repetición de sonidos, esa “n” que falta.
El otro enigma para mí es traducir los juegos de palabras o los chistes. ¿Cómo se traducen estos efectos de lenguaje?
En un montón de casos, se inventa otro chiste u otro juego de palabras. Los juegos de palabra son difíciles, porque suelen estar metidos en un contexto. La traducción te entrega pequeños milagros, en donde encontrás el juego que también va con el tema. A veces se te ocurre dos meses después, o escuchás algo de alguien que te da esa solución. Para mí es muy importante que estén los juegos o los chistes. Si le sacás esa chispa, queda algo rarísimo. Eso lo notás en las malas traducciones: no sabés si la persona que tradujo no lo pudo resolver o no entendió. A mí me cuesta mucho leer traducciones del inglés, porque estoy constantemente yendo para atrás, admirando o repudiando lo que se hizo. Leer de otros idiomas me genera resignación, no tengo otra que entregarme; pero, a la vez, todo el tiempo tengo la duda de si esto que estoy leyendo está bien, de qué me estaré perdiendo.
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Laura Wittner (Argentina). Es licenciada en Letras, coordina talleres de poesía y de traducción y trabaja como traductora para diversas editoriales. Sus últimos libros de poesía son Lugares donde una no está (Poemas 1996-2016) y Traducción de la ruta. Recientemente, publicó Se vive y se traduce, un diario-ensayo sobre la vida como traductora. Algunos de sus libros para chicas y chicos son Veo Veo, Dime cómo vuelas, Los entusiasmos, Tengo un hijo alto, Mi tortugo (fue vernos y querernos) y Justo antes de dormir. Tradujo, entre muchos otros, a Leonard Cohen, David Markson y Anne Tyler.