¿Qué y quién determina que un jurado pueda ejercer como tal? Que un concurso quede desierto, ¿es bueno? ¿Es ético? ¿Es conveniente? ¿Qué tipo de respuestas dan los escritores cuando no ganan un premio al que se presentaron?
Todos recordamos los hechos ocurridos en Argentina con el Premio Planeta de 1997 y nuestro querido Ricardo Piglia, o el del año 2005 en España, en el que Juan Marsé afirmó que la calidad de las obras finalistas era “subterránea”. No es un secreto que ciertos premios literarios están, o parecen estar, “apalabrados”, y uno en el que consta que es así, es el Planeta. Javier Marías dijo en su momento que este tipo de galardones “casi nunca son claros”, por lo que, añadió, “no acabo de entender que algunos escritores participen en este tipo de historias. En estos premios, la turbiedad en sus mecanismos y métodos se da por descontada”, por lo que “lo más sensato es no participar”.
Marías no acaba de entender a los que participan en estos premios, pero queda claro que saben a lo que van y que es por su cuenta y riesgo. Han entendido las bases, conocen los mecanismos, y deben atenerse a los rigores del planteamiento del premio. Pero eso es el Planeta y otros premios de los “grandes”, que no buscan necesariamente enriquecer la literatura, sino que están centrados en vender (que es legítimo, pero no a costa de la literatura). En ese sentido le respondió Juan Marsé a María de la Pau Janer en aquel 2005, en un intenso intercambio de palabras que recogió la prensa del momento: “Juegas a enfant terrible”, le espetó la mallorquina. “No tengo edad”, repuso Marsé. “Sí, a veces se pasa la edad, ese es el problema”, reiteró ella. “No te confundas. A mí me interesa la literatura y a vosotros la vida literaria”, sentenció el escritor.
En la respuesta de Marsé, me parece que hay una clave (quizás romántica, pero asumo el riesgo): el interés por la literatura. Los premios se fundan con el decidido afán de mejorarlo todo, pero algunos terminan siendo la comidilla en el mundillo del librillo donde cada maestrillo tiene su tesis sobre el tema. Pero no estamos aquí para discutir de premios tan elevados (los Nobel, otro escándalo, se acordarán), sino de aquellos más de estar por casa, los que organizan los colegas o las instituciones patrias, y de los que hemos sido o seremos jurado o participante.
Jurados
Elegidos por las instituciones convocantes (arbitrariamente, claro, este es un punto que muchos participantes no entienden), algunas pretenden dotar de transparencia su selección (según a quién preguntes) no revelando su identidad hasta el momento del fallo. Se evita así que nadie los busque, o se haga el encontradizo en el bar donde se toman sus tragos y les plantee un fraude. Es más, en algunos premios nacionales (como en el de Panamá) se escogen dos jurados internacionales y uno nacional, lo cual, sumado al secreto de su identidad, garantiza la dificultad de poner en marcha cualquier amaño.
Otros prefieren prestigiarse dando a conocer el nombre de los jurados por ser de los “famosos”. Hay que confiar en que estos no pondrán en juego su reputación por un premio literario, cosa que algunos participantes (esto ocurre más de lo que se piensa) no entienden y cuestionan. Aquí cabe citar otra vez lo dicho por Marías: sabiendo o intuyendo lo que puede haber, “lo más sensato es no participar”, pero algunos obtusos participantes insisten en creerse que hay una suerte de confabulación gubernamental, editorial y hasta judeo-masónica en la constitución del jurado y, obvio, esa conspiración está fraguada contra su obra.
“Pero los jurados, ¿qué mérito tienen para serlo?” (por favor, aguanten las obviedades, pero hay gente, de verdad, que no lo entiende). Muchos son escritores, editores, con más o menos difusión, con más o menos publicaciones (porque el éxito es otra cosa), siempre con buenas lecturas, o con buena formación académica (no tienen por qué ser escritores o editores, con ser lectores con criterio valdría), siempre personas del mundo del libro y la cultura. Pero, lo dicho, no es suficiente para el participante que llamo “villano”, que por las redes persigue a los jurados y les cuestionan su fallo con argumentos como “¿Qué mérito tienes tú para despreciar tantas obras presentadas?”. Y todo, básicamente, porque no ganaron ellos.
Desiertos
La figura del “desierto” no se da en todos los premios: es una herramienta si se usa bien. Si en el 2005 hubiese podido fallarse en ese sentido, Marsé habría seguido de jurado del Planeta y se habría ahorrado el rapapolvo de la escritora galardonada. Pero si se trata de publicar y vender, de “desierto” nada: todas las obras son un oasis de palabras para vender. Pero eso en las alturas planetarias.
¿Cómo tratar con el “desierto” en premios institucionales a cualquier nivel? Habría que empezar por invitar a los participantes a leer en las bases los apartados relacionados con ello: el jurado puede hacerlo, ha de razonarlo, puede ser por unanimidad o en mayoría, y que el fallo es inapelable. Pero apelan, ahora por redes, con modos a lo Pedro Navaja, “matón de esquina”. Algunos pretenden ver las conspiraciones de siempre, y otros se enfundan el traje de salvadores de la patria (si son premios institucionales), pero la mayoría lo hace por no haber ganado o no reconocer que su obra no está a la altura.
Ahora bien, el desierto ha de ser empleado con valentía, apertura estética y rigor. Con “valentía”, porque si las obras presentadas piden “desierto” hay que dárselo. Esto daña al participante en su ego, no cree que su obra se merezca aquello, pero, según el criterio de jurado, hay que darlo y se debe dar. Con “apertura estética”, porque no se trata de premiar lo que me gusta, se trata del bien de la literatura, es lo que nos importan (recuerden lo citado de Marsé más arriba), y como jurado hay que leer con toda la libertad estética y la mirada más avisada posible. Con “rigor”, porque lo que no vale es declarar “falsos desiertos”: eso es una cobardía intelectual en la que no se debe caer.
Un “falso desierto” es aquel fallo riguroso, tremendísimo contra la calidad “subterránea” de las obras presentadas, que urge a todos a mejorar en el oficio, en la lectura, y que luego premia al menos malo. ¿Se imaginan recogiendo ese premio? Unos dirán “Mientras la dotación sea alta, qué más da”, pero esto solo revela la catadura ética y estética tanto del jurado como del participante. El “falso desierto”, me parece, es un nadar y guardar la ropa, un acto de mala conciencia del jurado que no quiere parecer drástico (“Quiénes somos nosotros”), y esas cobardías que creo que no ayudan a nadie. Sería mejor para todos, para huir del “falso desierto” como jurados (y curarse en salud los organizadores), no permitir que se declare desierto y no razonar los fallos, total, “siempre es una buena noticia que alguien gane”, pero esta sería otra cobardía inútil para la literatura.
Escritores
Quizás el interés del verdadero escritor, que no es otro que la literatura y su oficio, le lleve siempre a vivir lejos de las teorías de la conspiración. Los “villanos” suelen ver, incluso, un contubernio “crítica-ciertosescritores-organizaciones” (como si la crítica literaria existiera en todos los países) contra su obra, porque no la premian nunca. A pesar de que se autopublican, inundan las escuelas con sus textos discutibles y son auténticos bestsellers, con su cohorte de aduladores que, la mayoría de las veces, no son capaces de distinguir entre buena y mala literatura. Pero el “villano” quiere que se le premie porque publica mucho, no por la calidad de lo publicado. Como dijo Marsé, les interesa más la vida literaria que la literatura.
Personalmente, creo que seré fiel, como participante y como jurado, a estas tres premisas.
- Como escritor: El fallo del jurado es inapelable, estés o no de acuerdo. Recoge tu obra y pasa al siguiente premio. Después de un par de años, con un trago en la mano, preguntas y te construyes: nada más.
- Como jurado: Nunca emitiré un “falso desierto”, y nunca tendré la voluntad de usar el “desierto”, pero, si las obras piden “desierto”, habrá que dárselo.
- Mantendré mi reputación (grande o pequeña, pero la mía) como escritor o jurado, a salvo. Como escritor, no cuestionando a jurados (a menos que sea algo flagrante, escandaloso o delictivo); y como jurado, manteniendo una mirada abierta y muy intencional sobre mi percepción estética: si no puedo hacerlo, declinaré el ser jurado.
Fernando Iwasaki publicó en 2009 España, aparta de mí estos premios (Páginas de Espuma), en el cual se incluye “El haiku del brigadista”, un cuento que participa en el hipotético IV Certamen de Relatos Espeleológicos “Cueva de La Pileta” de 2006. Si buscan el libro y leen el cuento verán las bases del certamen que dice en su punto número seis: “El certamen no podrá ser declarado desierto y se establece un premio único de mil quinientos euros (1500 €), sujeto a la retención del IRPF” (el énfasis es mío). Les dejo, para cerrar este largo texto, el fallo del jurado para que se rían un poco y constaten conmigo que la literatura es de verdad lo único que importa:
ACTA DEL JURADO
Reunidos en la localidad de Benaoján, en el marco incomparable de la IV Feria de la Chacina, los miembros del jurado del IV Certamen de Relatos Espeleológicos “Cueva de La Pileta” acordaron proclamar ganadora por mayoría a la obra intitulada “El haiku del brigadista”, relato original presentado bajo el seudónimo de “Manolita Chen”.
El jurado valoró la dimensión internacional que la obra ganadora ofrece de la cueva de “La Pileta”, aunque a pedido del presidente del jurado —Ilmo. Sr. Alcalde de Benaoján— la presente acta recoge la rotunda y absoluta disconformidad de la corporación municipal con el fallo del certamen. Los miembros del jurado recomiendan a la Delegación de Cultura, Juventud, Igualdad, Turismo y Deportes del Ilmo, Ayuntamiento de Benaoján que para la próxima convocatoria modifique el punto sexto de las bases, que impide que el premio pueda ser declarado desierto.
Y para que conste, se firma la presente acta en Benaoján, a ocho días del mes de agosto de 2006.
El Alcalde de Benaoján
Javier Cercas, escritor
Enrique Vila-Matas, escritor
Andrés Neuman, escritor
Hipólito G. Navarro, escritor