Les propongo un juego: salgan a la calle, paren a cualquier transeúnte y pídanle el nombre de dos escritores latinoamericanos que estén vivos, que no sean de su país y que no se llamen Vargas Llosa ni Isabel Allende. Les spoileo la estadística: la respuesta tiende a cero. ¿Hubiera sido igual hace cincuenta años? Lo ignoro, pero sí sé que nunca, como ahora, la literatura de América Latina fue tan prolífica, tan diversa, tan potente. Y, sin embargo, lo que sabemos de ella es casi nada. 

¿Por qué, entonces, no afloran esos nombres fuera del mundillo literario? Se me ocurren muchas respuestas posibles, que ni se excluyen ni se agotan ahí: porque lo contemporáneo (lo coetáneo) siempre nos genera cierto rechazo; porque, ¿qué tengo que ver yo con lo que escribe alguien en Perú, en Guatemala o en República Dominicana?; porque las librerías tienen espacio reducido y deciden exhibir aquello que vende más; porque las editoriales grandes suelen estar más interesadas en publicar a autores del hemisferio norte; porque los algoritmos no están diseñados para que esa literatura aparezca en primer plano; porque la variedad de títulos y autores es tanta que satura y aturde; porque también es inabarcable la cantidad de aquellos que nos dicen qué tenemos que leer.

Ana Gallego Cuiñas les pone un nombre: Gatekeepers. Son medios de comunicación, críticos, periodistas, académicos, talleristas, editores, libreros, agentes, traductores, booktubers, bookstragrames, festivales, ferias, premios, residencias, etcétera, que en mayor o en menor medida controlan el acceso a los libros. En ese largo etcétera aparece otro gatekeeper: las listas. Encontramos listas en todas partes. Las vemos en los programas académicos, en las lecturas sugeridas en un taller, en los line up de las ferias y festivales, y también en los medios, cuando en diciembre convocan a escritores para que cuenten cuáles fueron los mejores libros publicados ese año, por ejemplo. Luego están las listas “profesionales”, las que de manera consciente buscan incidir en la forma de trazar las constelaciones del campo literario. Particularmente, me refiero a dos: las que vienen realizando, cada diez años, la revista Granta, y Bogotá39, como parte del Hay Festival. Aunque hay algunas diferencias de concepto y dinámica entre ellas, ambas tienen un mérito valiosísimo, y es que permiten visibilizar, potenciar y darle circulación al nombre y la obra de escritores latinoamericanos jóvenes, no solo en América Latina, sino también en otras partes del mundo. Ingresar en esas listas es sinónimo de reconocimiento y posicionamiento, y muchas veces (no siempre) es para esos autores una bisagra en sus carreras. Estar ahí los acerca unos pasos a eso que llamamos canon. Ambas listas son material de consulta y reflexión permanente para los que hacemos Desmadres. Las dos nos hacen pensar, y leer, y conocer, y ahí radica lo que para nosotros es la segunda gran cualidad de ambas: nos invitan a discutir y volver a proponer cuestiones como las que siguen.

Ejemplo 1. Siendo que Granta es inglesa y tiene una versión española, y que el Hay festival se hace en muchas ciudades de América Latina pero su sede central está en Escocia, ¿cómo sería armar una lista desde acá? ¿Los temas de su agenda serían los mismos si fueran instituciones latinoamericanas? 

Ejemplo 2. En una de esas listas hay tres integrantes en el jurado, y en la otra cinco, y ellos son quienes deciden cuáles son los autores a incluir. ¿Qué pasaría si en el jurado hubiera cien, doscientas, quinientas personas?

Ejemplo 3. Lo que eligen esos integrantes del jurado es confidencial. Conocemos los nombres de los autores que entran a las listas, pero no quiénes se quedan afuera (más allá de la respuesta obvia, que es “todos los demás”), ni cuántos votos recibe cada uno, ni de quién. ¿Y si todo eso fuera de público conocimiento?

Mientras nos hacíamos este tipo preguntas fue adquiriendo forma la idea, experimental y un poco trasnochada, de hacer una lista propia. Una lista outsider, desde Argentina, sin intervención estatal, de empresas, de editoriales, de agentes o de cualquier otra clase, más allá de los gustos, limitaciones y prejuicios de cada uno de nosotros. Diría una lista independiente, si creyera que tal cosa existe en estado puro. En todo caso, una lista más, tan transparente como se pudiera. Una lista abierta, incompleta, fallada y fallida, no-toda, parcial, subjetiva y arbitraria, aun en nuestro intento de que no lo fuera. 

La manera que encontramos de implementarlo vino por fuera de la literatura, a partir de lo que hacen la FIFA y la revista France Football. No es chiste, lo digo en serio. Lo que hacen es convocar a representantes de todos los países para que voten. Después, los votos se hacen públicos. Llevar esto a la literatura latinoamericana es problemático por donde se lo mire, y polémico. Porque claro, ¿quién elige a los que eligen? ¿Con qué criterios? ¿Y con qué criterios estos votan a unos y no a otros? ¿Con qué fin? ¿Con qué legitimidad? ¿Con qué presiones?

Hacer una lista implica que van a ser muchos más los que no estén contentos que los que sí, porque son más los que quedan afuera que los que entran, y porque no es lo mismo quedar primero que en el top ten, o por fuera de él. A una lista se le va a criticar siempre la falta de diversidad, pero también por su corrección o incorrección política. Es imposible conformar a todos y que una lista sea representativa, justa; y, a la vez, es necesario que una lista sea representativa y justa, porque de otro modo eso atenta contra su sentido mismo. 

En este camino aparecieron más preguntas, para las que no teníamos respuesta: ¿Convocábamos a votantes exclusivamente latinoamericanos, o también de otros países? ¿Es latinoamericano alguien que nació en Europa pero vive y escribe en América Latina? ¿Cuánto tiempo tiene que transcurrir para que sí? ¿Qué pasa con los nacidos acá pero viven afuera y escriben en inglés o francés? ¿Podían votar personas que no hablaran español, pero que sin embargo editaban, vendían o leían literatura latinoamericana en otros idiomas? ¿Intentábamos conseguir la misma cantidad de votantes de cada país, o buscábamos algún criterio de representatividad, por ejemplo, de acuerdo a la cantidad de habitantes? ¿Qué tan atados iban a estar los votantes a la corrección, los mandatos, los compromisos? ¿De qué manera iban a pesar el impacto de la globalización, la migración y la interseccionalidad de géneros, de etnia de clases sociales, de edades y de amiguismos en la selección de autores? ¿Valía lo mismo el voto de un autor, un editor, un agente, un crítico, un librero, un lector? ¿Cómo establecer criterios demarcativos que fueran útiles para pensar todas estas cosas, y no un mero corset? Y así.

Lo que sí tenemos en claro es que:

  • Sabemos muy poco de todo esto, porque más literatura latinoamericana del siglo XXI leemos, más se nos escapa, porque siempre hay más autores, más obras, más modos de leer y producir. 
  • Hacemos una revista de literatura latinoamericana sin estar convencidos de cómo se define eso, si es que existe, si es que tiene bordes.
  • La representatividad es imposible. 
  • Cada votante tiene sus propios gustos, y también sus propias agendas.
  • Las listas tienen la capacidad de potenciar, visibilizar, acomodar, legitimar, y de hacer todo lo contrario.
  • Hicimos el ejercicio de hacer una lista y encontrar los problemas, el alcance, los límites, las posibilidades. Y eso nos ayudó a entender muchas cosas, y a desentender otras.
  • Nuestra lista es excesiva, como todo en Desmadres.
  • Como cualquier propuesta similar, la nuestra es una iniciativa condenada al fracaso, a fallar. Nos parece muy bien que sea así.
  • Decidimos publicar los resultados para ser fieles a nuestras premisas, y así poder abrir el análisis y las discusiones. Porque creemos en lo colectivo, en equivocarnos, en explorar, en encontrar excusas para hablar de todo esto. 
  • Detrás de este número de la revista, y de nuestra lista, hay muchísimo trabajo, esfuerzo y generosidad de un montón de personas, sin las cuales esto no existiría, no tendría sentido, o sería un mamarracho.
  • Nos divertimos mucho en cada etapa, pero no se imaginan qué desmadre.

Mi fantasía es que dentro de diez o quince años alguien lea todo esto y se sorprenda por las preguntas y los problemas que encontramos hoy, y que todo esto de repensar un canon resulte obsoleto, anacrónico, fuera de contexto. No parece tan descabellado. Mientras tanto, desde acá, seguimos leyendo y buscando la manera de construir más lectores que sean críticos, activos, exigentes, inconformistas y disidentes, porque creemos que eso hace la diferencia. Hace que el mundo sea menos peor. 

Nicolás Hochman (Buenos Aires, 1982) es director de UnaBrecha y Desmadres. Antes, el Congreso Gombrowicz. Es doctor en Ciencias Sociales (UBA) y profesor y licenciado en Historia (UNMdP), con un posgrado en Gestión Cultural (FLACSO). Creó audiocuento.com.ar, el City Tour Literario y organizó premios literarios como el de La Bestia Equilátera y el Itaú de Cuento Digital. Publicó las novelas Toda la felicidad de la que somos capaces y Los Casquivanos, y el ensayo Incomodar con estilo. El exilio de Gombrowicz en Argentina. Coordina talleres literarios desde 2010.

PUBLICACIONES SIMILARES