Andrea Jeftanovic, Damián González Bertolino, Guillermo Martínez, Ave Barrera, Claudia Apablaza, Gisela Paggi, Luciano Sáliche, Claudia Salazar Jiménez, Marialcira Matute, Luis Othoniel Rosa, Marcela Ribanedeira, Brenda Navarro, Rodrigo Urquiola Flores, Diego Trelles Paz, Cecilia Reviglio, Ernesto Fundora y Hoski
La literatura siempre es un arte disruptivo, ya que trabaja en zonas de opacidad, incómodas, ambivalentes. Quizás en la actualidad lo disruptivo en las letras se entendería a nivel temático o en relación con la vida privada del autor (una existencia con cierto escándalo) o bien con su capacidad de vociferar sentencias. Pero yo pensaría lo disruptivo casi en las antípodas, lo veo más latente en un texto que interroga nuestros sentidos más habituales sin ofrecer respuestas. Lo disruptivo podría estar en dialogar con otras existencias inanimadas (las plantas, el fuego, el agua), o bien en eso que se registra en otro tipo de escritura como si fuera un quipu inca. En el sentido de ser una escritura tridimensional, que requiere de instrumentos para ser plasmada, la información se trasmite táctilmente, a través de torcer, combinar colores y anudar los cordeles.
Andrea Jeftanovic
Hace no mucho tiempo, antes de que el Covid formara parte de nuestra experiencia, recorrí algunos escenarios de teatro underground en Montevideo y me reencontré con algunas puestas en escena en la mejor línea de la radical prédica de Artaud. Una noche en particular, salí de un recinto luego de ver una obra con una combinación que apuntaba alto: diálogos inconexos, actores desnudos, golpes y un piso lleno de huesos vacunos con una carne que olía bastante mal. Primero, hubo una fuerte impresión, pero a medida que la obra avanzaba, de algún modo le empecé a encontrar la vuelta, como suele decirse. Ya en la calle, recuerdo que pensé que había algo anticuado en lo que acababa de presenciar. Fue una idea inesperada y me confundió. Pero pude reconocer que la puesta en escena no era muy distinta de algunas que había observado un par de décadas atrás, cuando tenía veinte años. Me di cuenta también de que, con cuarenta años, yo tenía el doble de la edad de la mayoría del público. Esta anécdota, cada vez que me la evoco a mí mismo cuando pienso en cuestiones como el arte y la provocación, me ilustra una inquietud que siempre me ha acompañado al escribir: ¿cómo objetar las formas o romperlas, pero conservando al mismo tiempo el hilo?
Creo que lo disruptivo como recurso es infértil si no se acompaña el impulso con una bien cuidada concesión al gusto del otro. Más que en una lisa y llana provocación, creo en una erótica de las formas. Necesitamos de lo disruptivo porque la verdadera escritura es la que impugna la costumbre de la conciencia, pero, a la vez, no cambiar de canal tan fácilmente. Quizá ser disruptivo implique hoy tener un poco de paciencia, colocarse a un paso de la raya y aguardar con delicadeza el momento de cruzarla. Quizás hoy, en vez de proyectarnos y reproducir nuestra imagen en ese futuro hacia el que corrían nuestros abuelos y bisabuelos artísticos, sería interesante ver qué pasaría si nos desnudáramos en silencio frente al espejo del pasado. Volver sobre las grandes pasiones con nuestras novísimas formas, usar la retaguardia de vanguardia.
Damián González Bertolino
El concepto de lo disruptivo en literatura viene ya envuelto en un equívoco, tal como otras palabras que circulan entre los clichés de la discusión cultural cargadas desde el inicio de una valoración positiva automática, como “lo experimental” o “lo vanguardista” (sin que nunca se nos aclare por qué el experimento sería interesante y tampoco se corra el riesgo de “experimentos” fallidos; sin que nunca se nos ilumine respecto a la diferencia entre lo que hoy se proclama como vanguardista respecto a los procedimientos que dan vueltas en la calesita de una tradición que cumplió ya cien años). Lo “disruptivo”, y de aquí una primera desconfianza, surge o emerge siempre como una operación que debe tener éxito hasta cierto punto para oponerse a lo que hay, para enfrentarlo y sostenerse, para revelarse y rebelarse con alguna fuerza de confrontación. Para esto precisa una acumulación de fuerzas ajenas a los textos por detrás, una campaña, unos heraldos, unos voceros, unos partisanos en los campos de batalla cultural. Yo prefiero, por eso, el concepto más solitario de escritores originales, o contra corriente, que no necesariamente han tenido, o tienen, la suerte de esos aparatos de propagación por detrás para “soplar la fecha ya lanzada”. Yo diría, por ejemplo, que la literatura de Juan Filloy, la de Gombrowicz, la de Gustavo Ferreyra, la de Gabriela Cabezón Cámara fueron a su manera “disruptivas” en silencio durante su gestación, y que hay muchos otros ejemplos de estas literaturas por ver y reconocer, que no necesitan de etiquetas explosivas y promesas dudosas de rupturismo, sino de la vieja costumbre de leer con atención.
Guillermo Martínez
Ser disruptiva en literatura es ir en busca de un lenguaje verdadero, el que nos confronta, el que nos revela y se nos rebela. Es no conformarse con la parte inofensiva del relato, no anquilosarse en la comodidad, el adorno, lo complaciente, y en lugar de eso atreverse a ir más a fondo, aunque duela, ir más lejos, aunque canse, esmerarse en afilar palabras y formas, aunque que nos corten la piel. Ser disruptiva es jugarse el riesgo de ser escuchada por pocos, es bailar como si nadie nos viera.
Ave Barrera
La literatura disruptiva es aquella que viene a destruir, a perturbar las formas y los temas anclados en una tradición determinada, que irrumpe con fuerza en contra de los estereotipos y modelos literarios. Viene, además, a susurrarnos algo sobre lo que se viene, como un pasaje que se abre de cara al futuro. Hoy en día, veo lo disruptivo solo cuando pienso en algunas formas de abordar el lenguaje, como en los textos de la escritora chilena Diamela Eltit o la escritora argentina Ariana Harwicz. Solo eso. Porque en cuanto a la forma, ya se han hecho todo tipo de experimentos formales; en cuanto a las temáticas, me parece que hay pocos tabúes que no se han tocado; en cuanto a los puntos de vista, ya se han tratado los temas desde muchísimos flancos, incluso, desde lo políticamente correcto o incorrecto; las plataformas de publicación, lo mismo, se han usado todo tipo de plataformas; el lenguaje inclusivo como alteración de la gramática, lo mismo; las escrituras colectivas hay por montones; también textos que utilizan la mixtura con otras artes, mixturas de géneros literarios, textos híbridos, reescrituras. Ni siquiera en las autorías, porque por más disruptivo y freak que se considere un autor o autora, me parece que ya nada logra hacerle eco a ese adjetivo más allá que una forma de trabajar el lenguaje.
Claudia Apablaza
Primero, habría que establecer sobre qué literatura hablamos. Por mi parte, solo puedo hablar de la occidental, que es la que consumo y estudio. No creo que haya demasiadas disrupciones en esta literatura y en la actualidad. Más bien, creo que hay una tendencia a escribir para un público sumamente definido y consciente de aquello que quiere consumir. También hay una fuerte imposición de temas por parte de la gran industria editorial y, por ende, existen temas que se dejan de lado. Es cierto que hay autores y editoriales que se animan a ir por fuera de ello, pero en proporción son pocos. Ser disruptivos en la literatura de hoy sería escribir sobre lo políticamente incorrecto, sobre los nuevos tabúes de la sociedad y contra sus nuevos mitos y héroes. Pienso en Ariana Harwicz, por ejemplo. Todos los períodos de la literatura son más bien cíclicos, y este que estamos atravesando propone temáticas que van muy en sintonía con lo que el lector quiere leer. En un primer momento, una literatura de corte feminista fue disruptiva, pero hoy es la norma. En un afán de saldar una deuda histórica, temo que haya terminado por convertirse en cierta zona de confort para los lectores y que pueda caer en oportunismo y banalidades. Pero no es nada que no haya ocurrido ya. La literatura siempre se supera a sí misma.
Gisela Paggi
En principio, romper con el devenir lineal de la producción literaria. Si como dice Damián Tabarovsky, el mercado es el totalitarismo de nuestro tiempo, lo disruptivo es algo mucho más valioso que escribir un buen libro; es, además, tomar caminos estéticos que van por fuera, incluso en contra de las modas, y así sembrar una semilla maldita que se extienda al campo de lo ideológico. Quizá no haya que poner la vara tan alta: la literatura que se hace un lugar en la historia de su país no suele ser leída como tal en su propia época. Habría que ver cuántos de los libros que hoy son celebrados resisten el paso del tiempo. Es que lo disruptivo es justamente lo opuesto a lo predecible; en ese sentido, es difícil de encasillar porque desconcierta. Y no hay experiencia más intensa para un lector que sumergirse en un libro que te cambia los planes. Sucede pocas veces en una vida. Ahí, para entender qué es disruptivo, hay que pensar qué no lo es, es decir, mirar los libros que se vienen escribiendo y que vienen “funcionando”, como suele decirse. En cuanto al contenido de esos libros, la trama, el argumento, es más fácil verlo: por ejemplo, la oleada feminista de los últimos años puso un tema que hoy aparece muchísimo en la ficción. Además, las redes sociales renovaron (y posiblemente saturaron) el género de la autoficción. En cuanto al estilo o sintaxis, hoy se prefiere que todo sea bien legible: frases breves, capítulos cortos. Y así podríamos seguir anotando mientras miramos las vidrieras de las librerías o sus rankings. Lo disruptivo hoy sería hacer ese mismo recorrido, pero de una forma radicalmente original. O, en todo caso, ir por otro lado. ¿Por qué lado? No lo sé. Intuyo que eso brotará naturalmente, casi de forma inconsciente, en el próximo autor o autora que haga un agujero en el devenir lineal de nuestra literatura.
Luciano Sáliche
Implica abrir ventanas a la complejidad del mundo a través de una escritura cuestionadora, que crea un espacio de libertad y de belleza para imaginar otras posibilidades de vivir. Ser disruptivo es dejar de lado esos personajes que parecen sacados de una “checklist” de lo políticamente correcto. Implica alejarse de una escritura apaciguada y apaciguante, que nos diga lo que ya sabemos. Una literatura disruptiva es aquella que afecta a sus lectores, en todos los sentidos de la palabra.
Claudia Salazar Jiménez
Tengo la sospecha de que la noción de lo disruptivo como valor se halla algo disuelta en nuestros tiempos. Sin embargo, ¡qué necesidad sentimos todo el tiempo de ser sorprendidos por algo que disloque o desbarate nuestra constante apreciación de la realidad y sus formas! Pasada la fuerte impronta de las vanguardias junto con su herencia, creo que ya no nos sorprenden los gestos disruptivos en sí mismos, como sí solía ocurrir antaño.
Literatura disruptiva, y eso se puede aplicar a lo que se escribe hoy o en cualquier época, se entiende como la que rompe moldes, o aporta algo nuevo, o quiere perturbar, sépalo o no su autor, sea o no su intención. En ese sentido, no siempre lo disruptivo tiene que ver con la calidad. Puede cumplir con esos significantes y ser mala literatura. Pero puede también cumplirlos y ser buena literatura. También hay buena literatura que no es disruptiva.
Por eso, creo que han sido disruptivos en su momento el japonés Natsumi Soseki y lo siguen siendo ahora autores referenciales como los venezolanos Luis Britto García, Luis Alberto Crespo o Gustavo Pereira. O el alemán Michael Ende. O escritores de generaciones más jóvenes, como los colombianos Pablo Montoya o Freddy Yezzed, o los rumanos Tatiana Țîbuleac, Mircea Cărtărescu, o los venezolanos Freddy Ñáñez, Ana María Oviedo Palomares.
Asocio ahora mismo el término “literatura disruptiva” a la fascinación que pueda producir un buen libro en cualquier época en el lector, antes o ahora. Al sentimiento de encontrar algo que no por nuevo es bueno, sino porque es bueno esencialmente y ese es su aporte a la literatura y uno lo está leyendo, y así se sigue validando a la literatura, se la sigue apreciando como algo bueno, que uno quiere que exista. Y es lo que me ha pasado hace poco con esa trilogía loca de La parte inventada, La parte soñada y La parte recordada, del argentino Rodrigo Fresán. Entonces, uno se siente felizmente inquieto y asombrado ante lo disruptivo porque se encuentra de frente con la literatura, con una literatura fuera de lote. Y lo celebra. Se me quedan miles de libros y autores sin nombrar y me quedo de lo más disruptiva.
Marialcira Matute
Pues, significa afirmar y dejarnos de hacernos los interesantes. Ser disruptivo en la literatura hoy sería acabar con la era de las preguntas y de las paradojas, de las alegorías indescifrables y de las “escrituras del yo”, en la que les niñes de la clase mediera blanquita escriben novelas y poemas sobre los traumas bobos de sus vidas insípidas. Ser disruptivo sería imaginar mundos posibles y manufacturar nuevas mitologías arrebatadas sin temor a equivocarnos porque ya no nos importará tanto el yo que escribe, sino la mente colectiva que piensa a través de nuestra escritura. Escribamos sin firmar nuestros nombres para tomarnos en serio eso de que todo lo que escribe cualquiera es realmente producto de todes. Ser disruptivo sería atrevernos a escribir literatura utópica con toda la sofisticación de las vanguardias y con toda la urgencia distópica que nos amenaza en esta realidad devoradora de mundos. Ser disruptivo sería no tenerle miedo a las palabras capitalismo, patriarcado, racismo, imperialismo, descolonización, revolución, indigenismo, cimarronaje, Abya Yala o anarquía, y redescubrir que son todas palabras tremendamente literarias, tan hermosas como cualquier otra palabra y hasta un poquito más, a veces mucho más. Aquellos viejos que nos decían que esas no son palabras literarias lo decían porque eran perezosos o conformistas, o ya de plano unos ignorantes, que balbuceaban porque con esas palabras los sacabas de sus ranchitos provincianos del saber. Ser disruptivo hoy, increíblemente todavía, es usar el lenguaje inclusivo en nuestra literatura, porque hay escritorxs legitimades que nos dicen que ni muertos van a violentar el Castellano que l@s colonizó. No saben que la literatura siempre desde ya ha sido una violencia contra el lenguaje, contra los diccionarios, contra el monolingüismo de la inteligencia. Es que parece que se nos olvidó que la escritura nació a la misma vez que la esclavitud; que cuando comenzamos a codificar el mundo en signos, también convertimos la vida en propiedad; las primeras escrituras son listas de posesiones; la escritura es el algoritmo cruel que administra la muerte, y siempre lo ha sido. El único sentido de la literatura, desde siempre, ha sido hackear ese algoritmo, desfamiliarizarlo, infiltrarlo con virus, conjuros, brujerías y deseos colectivos. Arte de hormiguero y subterráneo es el nuestro. El enemigo es el lenguaje, la escritura, el algoritmo. Numerosas tendrán que ser nuestras mandíbulas y suculenta será la carne del enemigo.
Luis Othoniel Rosa
Es disruptivo lo que interrumpe los discursos de lo que aún se considera canon y habla contra cualquier tipo de poder. Un texto disruptivo no entra en el corsé de las categorías y etiquetas repartidas por la academia, la crítica y el mercado; no se abandona a los vaivenes estilísticos en boga. La escritura que abre huecos a otras realidades y quereres es disruptiva; la que aborda las temáticas que la atraviesan desde un lugar de enunciación propio. No es disruptivo quien decide serlo, sino quien escribe desde un cuerpo palpitante y crudo, y absorbe lo que pasa en su entorno sin tomar prestados filtros de nadie. Una voz que crea nuevos códigos – porque se nombra a sí misma desde sus subjetividades en lugar de querer ser una descripción de la realidad– es disruptiva.
Marcela Ribanedeira
Imaginar. Soy una férrea defensora de la ficción. Ahora que todo se trata del “yo” de sanar y de encontrar respuestas en cualquier frase literaria, lo disruptivo es abrazar la imaginación y crear sin buscar una “salvación” pública o íntima dentro de la literatura. Traicionar la realidad con la imaginación y moldearla a nuestro antojo sin corsets o deberes morales. Imaginar, imaginar, imaginar y dejar de mirarnos al espejo.
Brenda Navarro
De un probable Manual de etiqueta para jóvenes escritores: “Procura ser una persona sensible. Sensibilidad no necesariamente quiere decir que llegues a encontrar algo que esté dándote vueltas en la sangre. El poeta es un fingidor, solía decir Pessoa, piensa en eso, transpórtalo a este siglo. El escritor de hoy debe construir una imagen de sí mismo ante sus probables lectores y ahí es donde entra el factor sensibilidad, no en la fuerza de lo que late en tu sangre, sino en el poder del post, que es, muchas veces, lo que realmente vende los libros que vayas a escribir. ¿Sientes que le hacen falta algunos likes a tu vida? Postea algo que apoye una causa justa de moda, aunque no te importe ni te haya afectado en lo más mínimo. Tienes mucho de donde escoger: aborto, feminismo, racismo, derechos de los menos afortunados, etc., el mundo es grande. Evita la violencia gratuita en tus narraciones, aunque la veas a diario en el país en el que vives, escribir sobre ella es de mal gusto en la actualidad, pasó de moda: imagina otra Latinoamérica. ¿No puedes hacerlo? Viaja a Estados Unidos e imagina desde allí. No está de más adoptar una postura de niño rebelde, conquistarás a los niños rebeldes que compran libros con el sueldo de sus papás. Obviamente, te ganarás algunos me-enoja de los que llamaremos ‘fachos intolerantes’, eso es señal de que vas por el buen camino. Piensa en esta triste verdad: Vargas Llosa ha terminado convirtiéndose en su padre. Siempre queda bien criticar en redes a escritores consagrados en decadencia ideológica. Es parte del natural parricidio que, por supuesto, ya habrás llevado a cabo con tu padre biológico, sí, ese entrañable torpe señor que te hacía cantar el himno nacional a voz en cuello y te obligaba, a las patadas, a jugar fútbol, que, por supuesto, odias. ¿Que no has escrito un cuento sobre lesbianas o transexuales? ¿Que no eres ni lo uno ni lo otro ni has vivido en carne propia sus tribulaciones ni se te ocurre nada al respecto? No seas ingenuo, son cuentos que se escriben solos y siempre quedan bien ante la opinión pública, que es ante quien estás dibujando tu imagen. Recuerda: eres sensible, eres más que un fingidor de los tiempos modernos, eres un modelo de pensamiento moral, todo un intelectual a tomar en serio…”
(Y así se puede seguir hasta el infinito. Quizás, ahora, lo disruptivo en la literatura sea evitar esa sombra de un discurso detrás de la obra, olvidarse un poco de ese probable Manual de etiqueta, preocuparse menos de la imagen del intelectual dechado de virtudes y seguir los impulsos genuinos del instinto cuando se escribe, aunque estos, imperfectos, no aleccionen ni impresionen a nadie).
(Quizá nací viejo, como diría mi compatriota Viscarra, quizás estoy equivocado porque en algún momento he perdido el rumbo y, en realidad, ya no sé qué es ser disruptivo).
Rodrigo Urquiola Flores
No tengo idea. Puedo aventurar una hipótesis que, probablemente, sea falsa. El éxito de la literatura solipsista y estandarizada de supermercado, atractiva y masiva por su accesibilidad formal y su aparente carácter de verdad —tragedia personal o familiar, padre abusivo, homosexualidad descubierta a golpes, enfermedad incurable, escritor que se asume personaje con nombre propio— me lleva a pensar que lo disruptivo ahora termina siendo aquello que escapa a la moda literaria de turno (actualmente, es la literatura femenina que se boomiza) y reafirma la voluntad de forjar una obra coherente y a largo plazo. Por otro lado, hacer buena literatura del presente, de ese posible horror tecnológico del ahora, es siempre un desafío estético porque es muy difícil evitar el prosaísmo. Novelar el Tik Tok o el Snapchat usando las mismas herramientas de las plataformas y las redes, y no hacer cualquier chanfaina de mal gusto, por ejemplo.
Diego Trelles Paz
Me parece que hay algo común a todas las épocas y que tiene que ver con una idea de qué es literatura. Voy a decir un lugar común, tal vez, algo que ya se ha dicho mucho: la literatura es forma. Es decir, no está vinculada con aquello que se dice, sino con cómo se lo dice. Ese cómo tiene que ver con la estructura, con las secuencias, con un uso particular del lenguaje, con preguntarse qué es el lenguaje. Hace un tiempo le escuché decir a alguien que una obra literaria debía tener implícita una pregunta por el lenguaje. Me quedé pensando mucho tiempo sobre esa idea. No sé si yo entiendo lo mismo, pero muchas veces, frente a textos que no me producen nada (o incluso que me producen cierto fastidio) vuelvo a esa idea porque me digo que lo que me fastidia de ese texto es que nada respecto del lenguaje subyace en él, es decir que no se puede siquiera intuir un trabajo con el lenguaje, una pregunta respecto de cómo usarlo, de qué significa. Para mí escribir es trabajar, preguntarse, moldear el lenguaje como hace cualquier artesano con el material con el que trabaja.
En resumen, creo que lo disruptivo en la literatura pasa siempre por la forma, por el uso del lenguaje. Y eso va tomando matices diferentes en las diferentes épocas. Pero la disrupción, para mí, siempre va por ese camino. Eso sí, creo que no puede plantearse como objetivo ser disruptiva en su escritura. Cuando te planteás algo de ese orden, lo más probable es que lo que surja sea poco honesto, posado, artificioso. Diría que la disrupción surge involuntariamente o, en todo caso, en una búsqueda que se origina en la necesidad de encontrar una manera de decir que exprese aquello que el escritor desea y no del deseo de innovar o de romper.
Cecilia Reviglio
Ser disruptivo hoy en la literatura es regresar al origen. Con tanta escritura que mira a la misma dirección, lo verdaderamente disruptivo es la singularidad, volver a empezar. Incipit Vita Nova…
Ernesto Fundora
La disrupción no se puede saltear el modo en que producimos sentido, la forma en que consumimos arte, la forma en que circula, la Torre de Babel en la que se mueve el discurso. Imagino la disrupción como una forma de navegar entre mundos, entre tipologías textuales, voces poéticas, tradiciones e intertextualidades, como una forma de ordenar, de producir sentido de una forma inesperada. Estamos necesitados de formas discursivas, que, desde lo literario, dialoguen con la aceleración de cambios que vivimos, tanto a nivel productivo y epistemológico como cotidiano, que hagan su magia en un mundo de discontinuidades, fracturas y universos paralelos. La disrupción, tal como la imagino, lejos de romper con una imagen, permite una representación más acabada, más (artificiosamente) completa. Ha pasado un siglo desde la revolución de las vanguardias, pero la idea de un sentido que se produce con posterioridad, en el montaje, en las posibilidades de lo diverso que se le dan a la recepción, sigue siendo todavía una idea resistida en muchos contextos artísticos.
Hoski